El asceta frente al sibarita (Un experimento mental)

  En un comentario a una entrada de este blog, mi amigo Enric me dice que el mejor hotel es su furgoneta, pues puede ponerla donde quiera. Para él, lo más importante es lo que le rodea, no el lugar en el que pasará la noche.

Nos encontramos aquí ante un problema de tintes filosóficos: qué es mejor, un paisaje de postal o un hotel de cinco estrellas. Dos visiones del mundo enfrentadas, el asceta frente al sibarita. Como siempre, todo es cuestión de perspectiva. Hagamos un experimento mental, como diría mi profesor de Filosofía del Lenguaje. Imaginemos un espacio natural de belleza sublime. Hemos llegado hasta allí, no en furgoneta sino a pie, pues no hay verdadero placer en beber sin auténtica sed, ni descanso merecido sin esfuerzo. Nos disponemos a pasar la noche al raso, rodeados de picos nevados y estrellas de constelaciones remotas. Muy cerca, un lago alpino de aguas azul turquesa nos empuja a reflexionar sobre lo efímero y lo eterno, y acerca de la superioridad de la naturaleza sobre cualquier supuesto milagro tecnológico, a pesar de que no vamos a dormir directamente sobre la hierba sino encima de una esterilla de algún material plástico derivado del petróleo, y dentro de un saco de fibra sintética (convengamos en que un saco de plumón sería una desviación peligrosa hacia el sibaritismo en contradicción con los planteamientos más bien radicales del asceta de nuestro experimento mental).

Ahora imaginemos que, debido a sutiles cambios en la presión atmosférica que sólo los meteorólogos son capaces de comprender, la suave brisa que hace un par de horas nos refrescaba agradablemente y secaba el perlado sudor de nuestra frente se convierte en un viento huracanado. Aquel cielo azul de prístina belleza y profundidad insondable se ha transformado en un cielo plomizo y amenazador. Ceñudos cumulonimbos de aspecto realmente severo nos miran desde las alturas como diciéndonos: «te vas a enterar». Y en efecto, nos enteramos: los primeros copos de nieve no se hacen de rogar, y nosotros nos hemos dejado en casa el microscopio para deleitarnos con la increíble belleza de su geometría fractal. 

Y ahora la gran pregunta: ¿cuánto tiempo tardaremos en lanzar un juramento contra algún poder divino? Yo tardé un par de horas el día que intenté subir al Puigmal por la vertiente oeste y se puso a diluviar nada más meterme en el saco de dormir, todo un alarde de paciencia y comedimiento que haría cabecear de pura envidia al mismísimo Job, el de la Biblia. Me había dejado la tienda de campaña en casa en aras de la ligereza y una mayor comunión con la naturaleza. Y así, naturalmente, llovió. Igual que mi aventura en el Posets. No sólo casi me mato -porque no llevaba crampones y nunca se me había ocurrido pensar que el hielo, cuando alcanza cierta inclinación la superficie sobre la que se ha formado, y en odiosa confabulación con la fuerza de la gravedad, resbala- sino que además me había dejado la linterna en casa porque «yo-nunca-me-pierdo». Como no podía ser de otro modo, aquella noche me perdí. Uno de los inconvenientes de ir por ahí solo cuando te pasan estas cosas es que no le puedes echar la culpa a nadie, así que me maldije a mí mismo por creerme un Reinhold Messner y hacer oídos sordos al bueno de Murphy: si algo puede salir mal, saldrá mal. Gracias a mi astucia, y a la luz de mi reloj de pulsera digital, fui capaz de leer el mapa y encontrar el camino, pero los innumerables tropezones que di aquella noche, como diría Kant, me despertaron de mi sueño dogmático.

Así pues, ¿hotel de 5 estrellas o paisaje de postal? Mientras fuera soplaba un viento helado y contemplaba las tonalidades imposibles de aquel cielo crepuscular a través de los enormes ventanales, apoyado en el borde de la piscina climatizada en el piso 11 del Reina Petronila llegué a la conclusión de que la vida es demasiado breve para perder el tiempo en este tipo de decisiones. ¿Por qué no aspirar a todo? Conjunción en lugar de disyunción. Interior y exterior. Continente y contenido. Hotel de 5 estrellas y paisaje de postal. He aquí la respuesta al dilema. Los dioses ya se encargarán de castigar nuestra ambición.

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