¿Llegaríamos al Reina Petronila algún día, o por lo menos antes de que cerrarán el spa? -me preguntaba a mí mismo mientras negociaba las curvas cercadas con aquel vallado que anunciaba obras faraónicas en Zaragoza y procuraba no perder más tapacubos en el proceso. Otras reflexiones (¿nos quedaremos sin gasolina? ¿debería tirar el GPS por la ventanilla? o ¿por qué las ruedas de un coche resultan tan feas sin tapacubos?) se agolpaban febrilmente en mi estresado cerebro de conductor en una ciudad desconocida y levantada por las excavadoras. Pero, al fin, vislumbramos recortado en el cielo nocturno el altivo perfil del hotel, nuestros corazones sintiendo la emoción del naufrago que, oteando el horizonte, descubre a lo lejos la silueta de un barco (no necesariamente un crucero de placer).
Ahora tocaba aparcar, pero ¿qué es eso para un conductor como yo? Aquí tenemos un vado; ese hueco es demasiado pequeño; vaya, un sitio reservado; mira por donde aquí está prohibido aparcar. Podéis ponerle música a eso, y ya tenemos la canción de este verano. Pero entonces se hizo la luz en el cerebro de alguno de los dos, seguramente el de Nuria, y alguien -ella- exclamó: ¿pero no tenía parking propio el hotel? Así que allí estábamos, enfilando la rampa del aparcamiento subterráneo que parecía abrir sus fauces junto al hotel.
Aparcamos junto a una columna y sólo eran las 8 de la noche. No estaba mal, teniendo en cuenta que habíamos salido a la una y media del mediodía (sí, de ese mismo día). Aún podíamos aprovechar casi una hora de spa. Con ese pensamiento latiendo en nuestros corazones subimos al hotel y entramos en el hall. Naturalmente, yo no sabía lo que era el hall de un hotel hasta que entré en el Reina Petronila. Alfombras mullidas que confieren esa ingravidez reservada únicamente a los entusiastas de los cinco estrellas o a los astronautas, la intimidad de las luces indirectas, una decoración estilosa… Y espacio vacío, mucho espacio vacío. Sin olvidar el factor humano. El recepcionista me trata con tanta deferencia cuando llegamos al mostrador que lo primero que pienso es que me ha confundido con algún descendiente de la familia Onassis, o con algún crítico de la Guía Michelín.
Por desgracia, el parking donde he dejado el coche no es el del hotel, sino que pertenece al centro comercial adyacente. El recepcionista, solícito, me entrega un vale con el cual, antes de que transcurra el razonable periodo de una hora, puedo sacar mi automóvil sin ningún gasto adicional para acto seguido aparcarlo en el aparcamiento privado del hotel, que está junto al del centro comercial. Todo esto me suena a música de harpas y, tras el protocolo de rigor, nos disponemos a dejar el equipaje en nuestra habitación. Aunque no voy a permitir que una mujer, por muy botones que sea, arrastre mi maleta hasta la puerta de nuestro aposento. Nuria me lanza algunas miradas láser que podrían descodificarse como «eres un palurdo sin clase» pero logro esquivarlas con habilidad y pericia.
Al entrar en la habitación caigo en la cuenta de que toda mi riqueza léxica es insuficiente para describirla, pues habría que crear una nueva palabra que uniese el significado de dos conceptos aparentemente enfrentados entre sí: «suntuoso» y «funcional». La cama es tan ancha que se podría dormir en ella a lo ancho, y la promesa de rituales nocturnos que poco o nada tienen que ver con el sueño, hace que zonas de mi anatomía que parecían aletargadas por el estrés que supone todo viaje en carretera de largo recorrido, despierten con vigor y entusiasmo renovados.
Enardecido por semejantes visiones le digo a Nuria que voy a sacar el coche del aparcamiento del centro comercial Aragonia y llevarlo al del hotel. Con un elegante arqueo de cejas que es su marca de clase cuando pretende ironizar, me deja caer un «¿serás capaz?» ante lo cual sólo puedo lanzarle mi sonrisa de bond-james-bond que la obliga a replantearse su visión del mundo.
Siguiendo las concisas instrucciones del recepcionista valido mi tarjeta del hotel, saco mi Daewoo del aparcamiento y salgo de nuevo al exterior. Doy una vuelta a la enorme manzana, enfilo la rampa del nuevo aparcamiento, llego hasta la barrera y me doy cuenta de que me encuentro exactamente en el mismo sitio de antes. ¿Estamos ante un remake en versión española de «Atrapado en el tiempo»? La autosuficiencia de mi sonrisa jamesbondiana comienza a esfumarse de mi cara cuando aparco en el primer sitio que encuentro, salgo del coche a toda prisa en busca de la máquina donde pagar el minuto que llevo ahí y volver a largarme y, sin ver la puerta con célula fotoeléctrica que me separa del cajero automático, me estampo contra la sólida transparencia del cristal como si fuera un dibujo animado y no el hombre de mundo que pretendo ser.
Con la nariz enrojecida y el labio superior tan hinchado que me siento más simiesco de lo habitual llego a la recepción del hotel, mis brazos levantados en señal de rendición. El recepcionista se ofrece a aparcar el coche en el aparcamiento del hotel,no faltaba más, pero he abandonado mi Daewoo a su suerte en algún lugar de las cercanías y finalmente la joven que hace de botones accede a acompañarme. El brillo y esplendor de mi abrigo de corte clásico y mi americana de diseño parecen apagarse en cuanto la chica descubre que no he llegado hasta allí en un Aston Martin, y el hecho de que el maldito motor se me cale dos veces seguidas antes de volver al tráfico rodado tampoco resulta de gran ayuda. Por fin llegamos al aparcamiento del hotel. La joven se ofrece para ayudarme a llevar hasta la habitación algunas cosillas que han quedado en el maletero, pero tampoco es cuestión de que vea que hemos traído hasta leche de soja del Mercadona: mi credibilidad, algo maltrecha hasta el momento, podría quedar herida de muerte. Y cuando finalmente Nuria y yo accedemos al burbujeante jacuzzi ya sólo quedan diez minutos para que cierren la zona de spa, pero qué diablos, estamos en un cinco estrellas.
Hola Jorge.
Ja avisaràs quan el llibre estigui al carrer tinc ganes de llegir-lo. De moment el blog esta be per anar fent boca, he passat un bona estona lleguin-te.
El millor hotel es una furgo que la poses on vols (per mi es mes important el que m’envolta que el recinte).
BUENÍSIMO!!!!!.AHORA LLEGA LA 4º ENTREGA,A QUE SI?
Es un placer seguir la narración de tus aventuras. Yo soy un poco comodón y más con este frio, así que me encanta tener un “alter ego” como tu que me hace sentir las emociones de sus viajes, esos sí, desde mi cómodo sillón.
Esperando la próxima entrega.
He tenido el privilegio de alojarme en hoteles de cinco estrellas en varias ocasiones, no por mi capacidad económica sino porque trabajo en un hotel de lujo y tengo precio especial en los 1000 hoteles de la multinacional. Lo que quiero decir es que entiendo como te sentías, es como si estuvieras en un lugar que por desgracia no te corresponde.
Pepe