Tarde o temprano tenía que suceder. Y aún así, todavía le costaba hacerse a la idea. Se miró en el espejo una vez más, como llevaba haciendo desde hacía meses, y sonrió. Director general, quién lo iba a decir. Y con aquella cara de gilipollas. No había sido nada fácil. Había sabido estar en el lugar apropiado en el momento justo, y no una ni dos, sino unas cuantas veces. Y sí, es cierto, había tenido que chupar unas cuantas pollas y poner algunas zancadillas en el camino, pero sólo sobreviven los más fuertes. Es ley de vida. Darwinismo social puro y duro.
Volvió a mirar su cara reflejada en el espejo y lo que vio no terminó de gustarle. Aquellas ojeras. Él, que siempre había dormido como un niño. Pero ya se sabe, ser director general de una de las empresas más importantes del sector conlleva siempre ciertas tensiones. Como el problema del coche de empresa. Toda su vida soñando con tener dinero para comprarse un cochazo, y ahora que ganaba dinero de verdad, auténtica pasta gansa, resulta que el coche lo pagaba la empresa. ¿No era irónico?
Pero como suele decirse, no es oro todo lo que reluce. Él había fantaseado con un deportivo, rojo, por favor. Le importaba una mierda si algún psicoanalista de pacotilla que se había sacado el diploma en un cursillo por correspondencia le diagnosticaba un complejo cualquiera. ¿Y qué si un deportivo rojo era un sustituto del pene o un símbolo fálico? Él quería un Ferrari, o por lo menos un Porsche. Pero le dijeron que no podía ser. Bueno, fue más bien una sugerencia. Nadie le dice que no a todo un director general. Al parecer, no resultaba muy apropiado que el director general de una empresa que acababa de despedir a mil trescientos trabajadores alegando problemas de liquidez apareciera delante de las cámaras de televisión con un Ferrari 458 Spider color fuego mientras algunos ex empleados suyos despotricaban a las puertas de la empresa con aquellas ridículas pancartas. Una lástima. Con lo buena que estaba la reportera aquella.
Así que ahora se veía en la difícil tesitura de tener que elegir entre el Jaguar XJ y el Mercedes clase S. Y si sólo fuera eso. Luego estaba el apartado «equipamiento y accesorios». Por ejemplo, Mercedes proponía diferentes tipos de cambio: el automático de 5 velocidades AMG Speedshift, el 7G-Tronic o el 7G-Tronic Plus. Pero también podías elegir un cambio deportivo de 7 velocidades, o el cambio Direct Select, con levas de cambio en el volante. Para volverse loco. Completamente neurótico.
Quizá fuera a causa de todo ello, pero últimamente no se encontraba nada bien. Las digestiones se habían vuelto pesadas como el plomo y ya no solía dormir de un tirón. Él, que era sólido como una roca. Y a la hora de firmar aquellos documentos mediante los cuales se ponía de patitas en la calle a mil trescientos trabajadores el pulso no le tembló. ¿Por qué nadie pensaba nunca en los accionistas? ¿Acaso no eran también hijos de Dios?
Bueno, en realidad no fueron mil trescientos trabajadores, sino mil trescientos uno. No pudo evitarlo. Vio la oportunidad y la tentación fue demasiado fuerte. Rupérez había sido siempre una piedra en el zapato. Todavía recordaba aquel día en el que durante una reunión de alto nivel quiso ilustrar mejor sus argumentos y sacó a colación unas palabras que había leído en algún libro de Sócrates. La audiencia había quedado gratamente impresionada con su vasta cultura cuando, de repente, Rupérez tuvo que abrir su bocaza afirmando que Sócrates no había escrito libro alguno. Menuda gilipollez. Los ánimos se crisparon un poquito aquella tarde, cierto. Le hubiera machacado la cara a aquel imbécil. Luego resultó que tenía razón, el muy vago no había escrito nada en su puta vida. Y qué. Cualquiera puede confundirse.
Pero esta vez, cuando tuvo a Rúperez sentado frente a él en su despacho, aquel despacho que tenía tanta caoba que habría sido necesario talar un bosque entero para amueblarlo, esta vez no se confundió. Y hasta se puso a llorar, el muy mariconazo. Lee ahora un poquito de filosofía, mamón.
Y entonces, cuando se encontraba en la cima del mundo, en la cúspide de su propio Everest, el cardiólogo le venía con el cuento de que habían visto una irregularidad en su corazón. Venga ya. Su padre había muerto a los noventa bien cumplidos y tenía el corazón como el motor de un tanque.
Pero con el paso del tiempo empezó a sufrir ciertas molestias. Al principio pensó que era simple aprensión, una ligera hipocondría impropia de un capitán de empresa como él. Por eso, cuando se despertó en una camilla entubado por todas partes, creyó que se encontraba en mitad de una pesadilla. Según le contaron, la dominicana a la que pagaba tres euros la hora por limpiarle el dúplex de cuatrocientos metros cuadrados se lo encontró tirado en mitad de aquel salón grande como el vestíbulo de un aeropuerto. Hubo suerte con la ambulancia y más suerte aún con el cirujano, una eminencia que había estudiado nada menos que en la universidad Johns Hopkins. La operación no fue fácil, y hubiera sido imposible salvar su vida, por muy rápido que fuera el conductor de la ambulancia y muy tocado por el dedo de Dios que fuese el cirujano aquel, si no hubiera habido un corazón sano disponible. Su portador ingresó aquella misma tarde en el hospital, ya cadáver. Un padre de familia acosado por las deudas y el paro que había tirado la toalla y su propia vida desde aquel ático que ya no podía pagar. Se llamaba Rupérez.
Jorge Romera
febrero de 2012
Tal vez hemos dejado que haya demasiados dioses menores que controlen nuestras vidas. Qué bien que lo has plasmado en este escrito, cretinos que están en una posición que no se merecen.
Esto cada vez va a mejor… Se agradece un relato sin Jorjune de prota.. Que aunque no lo parezca soy asiduo lector de este blog. No pares sigue,sigue…..
Ni siquiera Boecio lo hubiera expresado mejor,»La rota Fortunae» nunca sabe lo que te depara.
Antes de abrir la boca Rupérez debería haberse acordado del triste final que tuvo Sócrates con la cicuta. El mundo se resiste a dejar sitio a la filosofía (amor por el conocimiento).
Pero el destino ha sido todavía más cruel con Rupérez, no sólo es eliminado, además es engullido por su jefe, haciendo apología de un canibalismo ya olvidado.
Esto me ha recordado que hacía días que no le hacía la pelota al jefe, así que esta mañana le he hecho una visita de cortesía, lo último que recuerdo es que ha dicho a sus amigos: hombre, aquí llega el desayuno.
El probre Ruperez, se dejó la vida por su jefe y luego le regaló otra. ¡Qué bonito!. como la vida misma. ¿Cuantos de los 1300 acabaron como él? ¿Cuantos Ruperez hay en la sociedad actual? Muchos decimos…mientras no nos toque!!!!, pero si no hacemos algo nos tocará.
Sigue así Jorge, haciéndonos recapacitar.
Pepe
Ufff! En un momento me he trasladado diez años atrás cuando cerraron la fábrica Delphi Puerto Real, 4000 operarios a la calle, con promesas falsas que nunca han llegado a cumplir, a día de hoy la mayoría de esos trabajadores siguen en el paro y sin esperanza ninguna! Gracias a Dios que me lo monté bien y con la indemnización me abrí mi academia de baile y la verdad es que no me puedo quejar! ..Este relato me ha llegado Jorge! Un beso
Eres una persona con iniciativa, Ana. Me alegro de verdad. Y también de que tu academia de baile vaya viento en popa, o dejando de lado las metáforas náuticas, siga marcando el ritmo 🙂
Un beso. Y que no pare la música.
Así es Jorge, que no pare la música!..Gracias tesoro, un fuerte beso!