Desde que leyó aquel artículo en la prensa gratuita no había dejado de picarle la espalda. Se aproximaba el solsticio de verano y las playas comenzaban a llenarse de algo más que gaviotas. El artículo era un clásico de estas fechas, abundaba en buenos consejos y advertía de los terribles males a que se exponía el típico adorador del sol. «Mucho cuidado con el astro rey». «La importancia de una buena protección solar». «Saber escoger el factor de protección adecuado a cada caso». «¿Crema o spray? He aquí el dilema». El artículo parecía patrocinado por la Industria Internacional del Bronceado y resultaba difícil no imaginarse a los magnates de la crema solar frotándose sus pálidas y escuálidas manos con cada tintineo de la caja registradora.
Hacía mucho que no tomaba el sol, pero la piel, cómo no, tenía memoria. Así es la vida. Lo bueno cuesta mucho de conseguir, y luego se pierde con rapidez y facilidad alarmantes. Lo malo se obtiene casi sin darse uno cuenta y luego no hay manera de eliminarlo. Así pues, ¿qué tenía de extraño que la piel, la memoriosa y jodida piel, no dejara de picarle? Ahí, en mitad de la espalda. ¿Sería psicológico? ¿Psicosomático? ¿Hipocondría pura y dura? Se miró a sí mismo entre dos espejos contrapuestos y justo ahí, en el centro del omóplato derecho, descubrió la existencia de una peca. No pudo evitar sentir un escalofrío mientras observaba aquella mancha reflejarse hasta el infinito entre ambos espejos.
Su doctora de cabecera no vio nada anormal en aquello. Simple tejido conjuntivo. Él le pidió un volante para que le examinara un dermatólogo. Ella le aseguró que no era necesario. Él insistió, antes no había ningún problema para acudir a la consulta del dermatólogo. Había que esperar medio año, cierto, pero finalmente te visitaba. Las cosas habían cambiado, se excusó ella, ¿acaso no veía la televisión? Finalmente, en un gesto de magnanimidad sin precedentes por su parte («pero no se lo diga a nadie») la doctora accedió a hacerle una fotografía de la peca con su móvil y enviársela vía internet al especialista. Así se quedaría más tranquilo. Ella le aseguró que si observaban algo extraño se pondrían en contacto con él. «¿De verdad?», preguntó él. «La obliga el juramento hipocrático». «Ya no se estilan esas cosas», respondió ella poniendo ojos de pero-de-dónde-ha-salido-este-tipo.
Pero nunca se pusieron en contacto con él, y cuando un par de años después un vejete con ojos acuosos y tez cetrina que dijo ser dermatólogo se dirigió a él en mitad del vestuario del gimnasio y le preguntó si se había fijado en aquella peca que tenía en el centro del omóplato derecho, sintió un vacío en el estómago, igual que aquella fría tarde de invierno en que le anunciaron la muerte de su madre y supo lo que había sucedido aún antes de saberlo.
La biopsia arrojó toda la luz que las biopsias suelen arrojar en estos casos, que ya es mucho, tratándose de sanidad pública, y por lo menos el melanoma maligno fue realmente digno de su nombre. El dermatólogo, que había realizado satisfactoriamente un cursillo de tanatopsicología –una nueva rama de la psicología orientada a los enfermos terminales, que deberían ejercer los psicólogos si no fuera porque el Estado los había eliminado de la sanidad pública para ahorrarse gastos superfluos- le sugirió que se pusiera en paz consigo mismo y con el mundo. «Eche una cana al aire. Lea la Biblia. Suba su última montaña. En fin, haga lo que tenga que hacer».
Dos días antes de su fallecimiento la prensa levantó una gran polvareda cuando encontraron muerto en su casa de campo al máximo responsable de la sanidad pública del país. Pero lo que no trascendió a la luz pública fue el hallazgo de otro cadáver, una doctora en medicina general, que mostraba una extraña coincidencia con el anterior: en ambos cuerpos alguien, supuestamente el asesino, había grabado con la punta de un afilado cuchillo lo que parecía ser un sol sonriente, como el dibujo de un niño. Una especie de recuerdo solar…, justo en el centro del omóplato derecho.
Jorge Romera
junio de 2012
Es curioso porque las baterías de los móviles y la piel sufren el efecto «memoria», cuanto más tiempo más importante es ese efecto. En cambio, en mi caso, pasa el tiempo y tengo cada vez menos memoria
Pero todavía te acuerdas de los viejos compañeros de armas.
Gracias por seguir ahí, Antonio.
Muy buena, la marca del vengador. Esperaremos a ver si van muriendo personajes públicos con la marca del euro en la frente. ¿No estaría mal , verdad? Y tal vez algunos cadáveres con un libro……?????.Jejeje
Un relato con un buen final, tal y como nos tienes acostumbrados.
No, no estaría nada mal. Pero esto sólo es ficción…
No puedo dejar de decirte que este relato es muy bueno, Jorge. Y creo que entra en la categoría de «cuento moral», si cabe el género.
Va un abrazo, amigo.
Me alegro de que te haya gustado. Yo también creo que es cuento moral.
Un fuerte abrazo, y gracias por estar ahí.
Buen relato Jorge, sí señor; pero he de decirte que este desahogo anónimo que tan bien nos cuentas, y al que nos están incitando los acontecimientos, me entristece, pues al final la víctima, puntualmente héroe de sí mismo, es excluida del resto… no sé si me explico bien…
Un fuerte abrazo
Alej.
Una victoria pírrica siempre es triste, pero no deja de ser una victoria.
Gracias por tus palabras, Alej. Y un abrazo.
Como adicto al bronceado me has recordado unos peligros que parece que el mismo sol borra de la percepción cerebral aunque no de la memoria de la piel.
De hecho, cuando se te empieza a ir el bronceado te das cuenta que tienes más manchas en la piel que el año anterior, una solución para disimularlas es: más bronceado, entrando en un círculo vicioso que lleva a tu propio sacrificio al dios Sol.
Que criaturas las humanas que se matan por una mirada a destiempo y se suicidan porque no las miran bastante.
Me ha gustado mucho tu nuevo cuento, como siempre. Cada vez son más cercanos. Temo, al final, leerme en tu relato y con los finales que gastas ya estoy haciendo prácticas de tiro.
Un magnífico comentario, con un final muy agudo. No es mala idea lo de las prácticas de tiro…
Tengo la sensación de que el protagonista del escrito era guerrillero. Hizo un trabajito fino, fino, fino.
un abrazo
Es posible, es posible. No puedo decir más…
Un abrazo.
Espeluznante! Y luego soy yo la que se carga a la gente ? He escogido dos al azar y los dos acaban dando matarile. Y ahora que viene el verano llega George con las rebajas a recordarnos la importancia de los protectores solares (y que la s social se porte en condiciones)
Es mucho más fácil escribir un relato en el que descargar frustraciones e impotencia (no necesariamente física) con final violento, que ser capaz de reírse y hacer reír usando el humor. Lo segundo requiere una mayor cantidad de inteligencia, y ésa, como cualquier energía de calidad, no siempre está disponible cuando la necesitas. Decía Descartes en el «Discurso del Método» con fina ironía que el buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo. Del sentido del humor podría decirse lo mismo. Con ironía también, por supuesto 🙂