Soñó que estaban de nuevo en Grecia, con aquel sol bajo cuya maravillosa luz meridional volvieron a reencontrarse. Soñó que estaban en una isla, tal vez Egina, pues creyó reconocer el templo de Afea después de la dura subida desde la playa. Ella iba por delante, como siempre, con sus gráciles brazos abiertos, como si quisiera abrazarlo todo a su paso: el musgo de las rocas, los árboles, el susurrar del viento que mecía las espigas del trigo silvestre, el canto de los pájaros.
Pero era ya tarde y el templo estaba cerrado al público, así que ella siguió andando por aquel camino que parecía conducir a un bosquecillo. Él no podía mantener el paso de ella, siempre más rápido y elástico, y cuando quiso darse cuenta ella ya había desaparecido en el interior del bosque. La llamó por su nombre, Airune, aquellas letras que juntas evocaban el susurro del viento entre árboles frondosos, o el tintineo de una gota de agua en un pequeño lago de una cueva, mas ella no respondió. Llegó por fin a la linde del bosque, pero ella no estaba. Y más allá sólo quedaban el acantilado y el ancho y oscuro mar.
Se despertó a las tres y cuarto de la madrugada con una confusa pero inevitable sensación de pérdida, y tras unos minutos dando vueltas en la oscuridad, recordó, como si fuera un mazazo, la inapelable despedida de la tarde anterior. Entonces, y sólo entonces, cayó en la cuenta de que nunca más volverían a caminar de la mano bajo el hermoso sol de Grecia.
Para Airune
Jorge Romera
15 de junio de 2012
Dan ganas de irse a Grecia en busca de esa playa, ese templo y no llegar nunca al bosquecillo. Gracias Jorge.
Un abrazo
Alej.
Un adiós, adiós, el adiós, esas son hirientes palabras. Es dejar un apacible lugar conocido para adentrarse en la nada, ¿que puede ser más desolador? El adiós a un familiar moribundo, a un amor imposible, a uno que creíamos amigo, a nosotros mismos cuando ya no nos reconocemos.
Todos hemos sufrido muchos tipos de adioses.
El adiós va unido también con la clarividencia del que no tiene nada que perder, nada que disimular, nada que emular. Tocar la verdadera fibra de la que está hecha la vida. Volver a preguntarte: qué soy, qué quiero ser. O simplemente dejarte ser lo que sea.
Si hemos llegado hasta aquí haciéndolo mal, yo diría que tenemos un futuro prometedor (no me refiero a la economía, sino a lo que no tiene precio).
Las páginas siguientes siempre están en blanco.
Tú juegas.
Hay muchos soles en todas las partes del mundo y aunque no sea en Grecia, las cosas tomarán su cauce y volverán a caminar agarrados de la mano. Cuando hay amor, es lo que suele ocurrir.
un abrazo
Pepe
Hermosas palabras, Pepe. Gracias.
Un relato muy bonito para empezar una buena tarde de lectura delante de una chimenea! ..Un beso Jorge!
Las chimeneas siempre han dado mucho juego. Yo tengo una estufa eléctrica de barras, pero no es lo mismo…
Un beso, Ana.
Bueno pero seguro que te calientas igual! …un beso, guapo!