Después de tres años sin conseguir un empleo se había convertido en un parado de larga duración, un hecho tan inexorable como el martillo de un juez golpeando tras dictar sentencia. Y la mera circunstancia de rozar la cincuentena hacía que el veredicto fuese más claro y unánime si cabe: la probabilidad de encontrar un nuevo empleo era nula. El sonido que hace un árbol al desplomarse en el bosque si no hay nadie en los alrededores para escucharlo. Cero.
El célebre aforismo de Wittgenstein, «los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo», se había transformado en «los límites de mi cuenta corriente son los límites de mi mundo», y él lo sabía. Desde que se terminara su subsidio por desempleo su mundo se había encogido tanto que apenas cabía dentro de él. No era sólo que le hubieran tirado de una patada en el culo del tren consumista, sino que la gente lo miraba como si fuese un leproso, un paria, un intocable.
Decidió, por fin, participar en aquel concurso. No veía otra alternativa. La audiencia se había disparado en los últimos meses y el premio no sólo podía hacerte rico de la noche a la mañana, sino lo que es más, podía devolverte tu honor, y sobre todo, podía devolverte tu propia fe en ti mismo. El renacer del Ave Fénix no era nada comparado con aquello. Las masas vitoreaban al vencedor como si se tratara del primer hombre en poner el pie en la Luna, Julio César volviendo victorioso de la Guerra de las Galias.
La mecánica del juego era sencilla: dos hombres sentados frente a frente. Ambos, parados de larga duración sin derecho a ningún tipo de subsidio. Sobre una mesa redonda situada entre ambos descansaban dos revólveres descargados S&W .500 Magnum, el arma corta más potente jamás construida en serie. Al lado de cada uno de ellos, un cartucho esperando a ser introducido en el tambor. El juego, la ruleta rusa, no era nuevo, aunque sí su institucionalización. De sórdidos garitos clandestinos había pasado a los potentes y legales focos de la televisión estatal. Era el nuevo circo que amenazaba con estupidizar aún más los bovinos cerebros de los honrados ciudadanos contribuyentes. El cuadro podía ser el sueño de cualquier líder totalitarista: el populacho catatónicamente fascinado ante sus televisores, y en el plató la plebe vociferante, jaleando a aquellos modernos gladiadores que se sienten tan esclavos como los que pisaron las sangrientas arenas de la antigua Roma.
Dos mil años de historia para llegar a esto. Pero ya no podía echarse atrás. Estaba decidido, alea jacta est. Había superado con éxito las fases eliminatorias en las que se introducía un solo cartucho en el tambor, y ahora estaba a punto de dar comienzo la gran final donde los dos participantes se jugaban el todo por el todo. La apuesta había subido: ahora los participantes debían introducir cuatro cartuchos en el interior del cilindro del arma. El tambor de una Smith and Wesson .500 Magnum tenía cinco alveolos, uno para cada cartucho. No era necesario ser un genio de las matemáticas para saber que la probabilidad de que al apretar el gatillo saliera una bala por el cañón había aumentado considerablemente desde las fases eliminatorias.
Los participantes se sentaron frente a frente y el público del plató enmudeció. Le había tocado a él ser el primero, en el fondo daba igual. Cogió el arma de la mesa y la sopesó. Aquella máquina de matar debía pesar por lo menos dos kilos, y se preguntó cómo diablos se había convertido en el arma oficial de las Fuerzas y Cuerpos de seguridad del Estado. Abrió el tambor e introdujo uno a uno los cuatro cartuchos. Se quedó absorto mirando el único hueco que había quedado en el cilindro, su única posibilidad de seguir con vida. Inmediatamente hizo girar el tambor del revólver y apoyó la boca del cañón en su sien derecha. Tenía un minuto para apretar el gatillo, era una estrategia ideada por el director del programa para subir aún más el nivel de tensión, lo que auguraba mayores índices de audiencia. Muchos participantes habían desistido en ese inacabable minuto.
Notó el frío del cañón en su piel, y aquel tremendo peso. Cerró los ojos. Recordó a su madre acunándolo en sus brazos el día de su décimo cumpleaños, cuando comió tanto pastel que se puso enfermo. Recordó aquella mañana del mes de febrero en que logró la mejor nota de la clase en el examen de lógica. Recordó un vertiginoso paisaje de montaña visto desde una cumbre cuya nombre había olvidado. Recordó los ojos de la única mujer de la que había estado realmente enamorado mientras ésta le susurraba «eres especial». Buscó en cada pulgada de su alma un nuevo recuerdo, pero no logró evocar nada más. Luego, lentamente, apretó el gatillo.
Jorge Romera
20 de junio de 2012
SIN PALABRAS,ASÍ ME HE QUEDADO CON TU RELATO.Y NO ES QUE ESTÉ CARENTE DE DEBATE,QUE TIENE MUCHO, ES TAN CRUDO,TAN DOLOROSO,TAN REAL,SERÍA INTERESANTE PONER UNA CAMARA DELANTE DE TUS LECTORES ,VER SU MIRADA DESLIZARSE POR EL RELATO, VER LA TRISTEZA,LA ANGUSTIA,EL TEMOR REFLEJADOS EN SUS SEMBLANTES.
!!! ERES MUY ESPECIAL.!!!!!
Un escritor debe poner el corazón en lo que escribe, sólo así tiene alguna posibilidad de llegar al corazón de sus lectores.
Tú también eres muy especial.
Después de leer tu relato, me entran unas grandes ganas de leer tu manuscrito, del cual solo sé que tengo un magnífico informe. Voy a intentar leerlo en agosto.
Felicidades Jorge ¡¡¡
¿Qué puedo decir? Que ojalá mi manuscrito te guste todavía más que mi relato, y que te sorprenda tanto como tu comentario me ha sorprendido a mí.
¡Gracias, Joan!
Una muy buena reflexión sobre la voracidad de un sistema sin escrúpulos, creado por el hombre, que necesita devorarlo para mantenerse. Más que a la compasión por el protagonista me mueve a la rabia. Habría mucho de lo que hablar… por supuesto. Lo importante es que me ha movido a algo… Gracias.
Un fuerte abrazo.
Alej.
Ser capaz de provocar fuertes sentimientos a través de las palabras… Gracias por tu sinceridad.
Un abrazo, Alej.
Has conseguido que esa pistola nos apunte a todos. La bala que nos despediría de una vida en la que no queremos jugar con cartas tan adversas y la no-bala cuyo impacto invisible nos dejaría la certeza de una vida que no vale nada, una prórroga trampa para al final acabar igual.
Es un grito para salir del marasmo, la vida debe ser otra cosa que lo que refleja una cuenta corriente. Ese cañón nos observa con curiosidad, para él es una detonación más, para nosotros lo es todo.
Si como dices, he conseguido que esa pistola nos apunte a todos, no puedo pedir más.
Lúcidas palabras, Marià.
Excelente relato, Jorge!!!
Y lo que más me gustó fue el final abierto (aunque quizás esté predestinado).
Muy bueno y muy actual.
Celebro que te haya gustado ese final abierto. No sé dónde leí una vez, hace mucho tiempo, que era mejor un mal principio y un buen final que un buen principio y un mal final. Aunque si el principio es muy malo, es posible que nadie siga leyendo hasta el final…
¡Gracias por tus palabras!
Genial !!…cuatro minutos de lectura y se me ha encogido el estómago…..no lo dejes amigo.
Si dijese que me encanta provocar ese tipo de sensaciones en el lector, se me podría llamar perverso. Pero si afirmase todo lo contrario…, sería un embustero.
Gracias por tus palabras.
Curioso relato.
Gracias.
En este relato hay un poco de todas esas personas que están en la larga cola del desempleo y no consiguen ver la luz al final del túnel.
Gracias a ti por leerme.
creía que la telebasura había llegado a su punto álgido, pero veo que puede ir mucho más allá. Mejor no des pistas a Berlusconi y compañía.
Es fácil decirlo, pero quien se encuentra en esa situación no debe sentirse además culpable por ello. Es una línea muy estrecha y cualquiera puede pasar al otro lado.
A colación comento que acabo de leer en El Economista que en Londres los jóvenes que quieran cobrar el subsidio antes tienen que trabajar gratis tres meses. No se donde vamos a llegar, como ves, siempre puede ser peor.
un abrazo
Pepe
Qué mal está la cosa. El día que ya no pueda ser peor será el del apocalipsis. Será mejor no estar ya por aquí.
Un abrazo, Pepe.
«La película de tu vida frente a tus ojos», hasta me da cosita el pensar que todos algún día pasaremos por eso.
Bueno, la vida es un poco como el cine: hay películas buenas, películas mediocres y películas decididamente malas. Yo estaré contento si al final mi película es de las buenas 🙂
Bienvenida a este blog.
Gracias 🙂
Bufff! Esto suena a «Los juegos del hambre» (qué copiota Suzanne Collins! Tú escribiste esto antes!)
Lo peor de todo es que nuestra sociedad tiende a hacer realities con la mierda ajena y no está muy lejos de esa supuesta ficción.
Te revuelve y encabrona, que lo sepas (ya sé que es la intención).
Seguro que andaba algo tocado cuando escribí esto. Nuria copió el enlace y se lo envió a Joan Bruna (ver tercer comentario). Joan Bruna, padre de Sandra -la agente literaria-, no llegó a leer nunca el manuscrito de mi novela, que yo sepa, y todo quedó en palabras. Cuánto estoy aprendiendo gracias a una novela que ni siquiera ha visto la luz.
Gracias por tu lectura, Ana.
Ufff! Me he quedado plof!!!.pero desgraciadamente este relato tiene mucha realidad, cuantos padres de familias hay en estos momentos sin ni siquiera una miserable ayuda de 400 y picos de euros? Cuantas personas durmiendo dentro de los cajeros? Y cuantas criaturas que por culpa de la mala gestión de este país no tienen ni para llevarse un pedazo de pan a la boca? …pero España va bien!!! ..( por los cojones) con perdón, pero es que este tema me envenena! No digo yo apretar el gatillo, si es para desesperarse!!!
Un beso Jorge,un relato muy triste pero muy real..
España va bien para algunos (los que han «popularizado» la frasecita), de eso no hay duda. Lo bueno sería que fuera bien para todos.
Un beso, Ana.
Así sería justo, pero desgraciadamente no lo es! Besos, tesoro!