Fuego en el cuerpo

Amaba los espacios abiertos, el sonido del viento susurrando entre las ramas de los árboles, el murmullo del agua brotando de las entrañas de la tierra, la opalescencia de una diminuta partícula de roca surgiendo de pronto en una playa de arena volcánica. Amaba el limpio vuelo de un ave a gran altura, el lento tejer de una araña o la curiosidad infantil de una ardilla. Amaba el silencio indescriptible de una elevada cumbre o la milenaria ausencia de sonido que reina en el interior de una gran caverna. 

Aquella mañana se levantó con un insaciable apetito de senderos. Las nubes se habían ido, por fin, hacia otras latitudes, y el sol brillaba en lo alto con esa limpieza que sólo poseen las estrellas. Se calzó sus viejas botas de trekking y dirigió sus pasos hacia las afueras del pueblo. Apenas hacía un par de años que vivía allí pero ya sentía como suyos cada recodo del camino, las rocas a las que había puesto nombre o aquellos árboles que parecían saludarle meciendo sus ramas. 

Ascendió por una penosa cuesta, el corazón galopando como si quisiera salirse de su lugar habitual. Ya no era tan joven. Llegó a la cumbre de una colina cuyo nombre no figuraba en el mapa pero que él bautizó un día como Vulcanita porque la pequeña depresión que encontró en su cima la primera vez que la coronó le hizo recordar un volcán que subió en Lanzarote años atrás, cuando su vida contenía aún promesas de futuro.

Contempló el paisaje desde allí. Las diferentes tonalidades de verde que las copas de los árboles que se extendían a sus pies como una alfombra trenzada por un demiurgo le ofrecían. Los solitarios picos cuyas cumbres de roca se recortaban contra aquel azul tan limpio que hizo que sus ojos se nublaran por el recuerdo. Y el viento, que no podía verse, pero sí tocarse.

Fue el viento el que le trajo aquel sonido discordante, aquella nota desafinada en medio de una composición genial. Fue el viento, antaño un enemigo, el que le obligó a otear el horizonte ojo avizor. Y entonces vio una figura humana. Alguien ataviado con una camiseta roja estaba acuclillado en un claro a unos metros de donde se encontraba él. 

Descendió de la colina con paso apresurado, obedeciendo un impulso, y se encontró con un tipo que intentaba encender sin éxito una cerilla.

-¡Eh! ¿Qué se supone que está haciendo con esas cerillas?

– ¿A ti qué te parece? Intento hacer un fuego, no te jode.

El hombre se irguió en toda su estatura, visiblemente orgulloso de sus ciento y pico de kilos, y tocó con la mano derecha y gesto acostumbrado la culata de la pistola que sobresalía de una cartuchera oficial que llevaba al cinto y desentonaba con la camiseta roja de la selección.

-Oye, ¿qué haces aquí arriba? ¿No deberías estar trabajando? 

-Estoy en el paro.

-Joder, qué escoria. Con gente como tú este país se está yendo a la mierda. Si hasta he tenido que traer ginebra de garrafón porque la gasolina está por las nubes. Debería haber seguido el plan original, pero esta noche  es la gran final y no iba a perdérmela por nada del mundo, soy un patriota. Todos estos árboles están de más y alguien que tiene pasta gansa quiere construir aquí un complejo hotelero. Y creo que hasta un casino. 

-¡Pero esto es zona protegida!

-De momento, capullo, de momento.

Recordó su antiguo hogar envuelto en llamas, aquella vieja casona que había pertenecido a su padre y a su abuelo. Todos aquellos bosques en los que había crecido reducidos a ceniza. Cómo su madre no pudo superarlo y enfermó de tristeza hasta morir. Luego recalificaron los terrenos y se construyó allí una urbanización para millonarios donde destacaban el verde césped de su campo de golf y el azul clorado de sus piscinas. Pero fue un recuerdo breve. Se agachó con esa velocidad inesperada de los actos reflejos y cogió una piedra del suelo. El patriota ni siquiera la vio, sólo notó su impacto y el dolor que suele provocar un tabique nasal destrozado, luego cayó al suelo aullando como un cerdo al que acabaran de capar. 

-Dicen que no hay que hacer leña del árbol caído, pero siempre me han gustado las excepciones. 

Entonces se acuclilló sobre el cuerpo caído, apartó el arma, le abrió la boca y vacío en su interior la garrafa de ginebra. Cogió una de aquellas cerillas y la encendió a la primera. La suerte del novato. Luego la depositó con suavidad sobre la lengua.

Jorge Romera 

 julio de 2012

 

 

35 comentarios en “Fuego en el cuerpo

  1. La verdad es que nunca he presenciado cómo es capado un cerdo (mamífero ungulado y artiodáctico) y la verdad es que no me gustaría. Ahora bien, si consideramos un cerdo (humano sin escrúpulos) a aquél que es capaz, entre otras barbaridades, de prenderle fuego a un bosque por el motivo que sea, me encantaría, qué digo, desearía participar y caparlo personalmente.
    Un buen relato, como siempre. Y adecuado a las malas noticias que nos tienen horrorizados todos los veranos.

    • No llegué a conocerlo personalmente, aunque ya tengo una edad, pero estoy seguro de que el gran Sigmund diría que la creación literaria es la sublimación de energías que no han sido canalizadas de manera natural.
      Personalmente, este relato ha servido para sublimar mi mala leche y canalizarla de manera, digamos, legal. Algo es algo.

  2. Un Torrente menos.
    Tendría que estar agradecido. Ha tenido un final algo digno. En lugar de una muerte prematura de cirrosis, infarto o ictus, sus allegados siempre podrán creer que murió por la roja, por la patria, en una secreta misión en las montañas donde unos nacionalistas lo arrinconaron, torturaron y ejecutaron.
    Aquí en la Tierra, las criaturas del bosque, las mujeres que lo tendrían que aguantar, los contribuyentes que lo tendríamos que mantener, nos sentimos algo aliviados.
    Requiescat in pace

    Un relato edificante donde el autor deja bien a las claras su posición respecto a elementos extraños que ensucien su narrativa.

  3. Buen relato Jorge, transcurre como un paseo visual por un paisaje que se adivina bello para llegar a la visión no deseada de un ser repulsivo que transforma al protagonista en apenas unas líneas, muy bueno. Intuyo tu desahogo. Me gusta la curiosidad infantil de una ardilla y conozco el grito de un cerdo cuando le van a matar que creo será similar al que hace cuando le van a capar… ufff es una imagen demoledora. Gracias

  4. Ey, muy buenas, detalles, esos son los que hacen el texto bueno, a mí me ha gustado el de la camiseta del pirómano, porque en ello veo una crítica a las prioridades ya no mediáticas, del país entero.

    En todo caso chula la historia, a ver, no merecedora, ni ella ni el blog, de un «Seven Things», pero está bien 😀

    Saludos mozo, ahm, que sepas que ese pelazo es un insulto en toda regla, pero en fin.

    Un abrazo.

    • Eres un observador atento, eso me gusta. Hay otras cosas de ti que también me gustan, pero no creo que sea el momento ni el lugar.
      Lo sé, estamos de acuerdo en que no soy merecedor de semejante galardón, pero Alejandro se ha empeñado y ahora me encuentro en la difícil tesitura de tener que escribir siete cosas sobre mí. ¡Siete! Si fueran setenta o setecientas sería asumible, ¡pero siete! Dudo que posea tan maravillosa capacidad de síntesis.
      En cuanto a lo del pelo, te reconfortará saber que hace un par de semanas me pasé por la cabeza la máquina al 2 por razones que, de conocerse, pondrían en entredicho mi aclamada inteligencia. Comprenderás que no haya actualizado mi foto.

      Un abrazo.

      • 😀 Veo que has captado la esencia del premio, me descojono 😀

        En fin, que esperaremos a esos siete puntos, a la espera que creen un premio más acorde con nuestras personas.

    • Y sin embargo, nos quedamos en las palabras. ¿Nos hemos vuelto demasiado civilizados o es simple y puro miedo al Leviatán?
      Gracias por entrar y leerte hasta los comentarios. Y gracias también por atreverte a dejar el tuyo.

    • Las venganzas escritas están bien, pero son sólo eso: pequeñas y efímeras catarsis. Mientras el aspirante a escritor empareja palabras altisonantes, los gañanes de todo pelaje y condición campan a sus anchas, y no sólo en los bosques. Nos hacen creer que la verdad nos hará libres, que los mansos heredarán la tierra, que la pluma puede vencer a la espada… Bueno, quizá sí, si es una pluma Montblanc y el que la lleva no sabe ni escribir (pero sí medrar). Las palabras pesan poco, al contrario que los gañanes. Por eso es bueno llevar siempre una piedra en el bolsillo.

  5. Debo confesarte que leí este post hace ya unas semanas y, me fui sin comentar. Puedo alegar en mi defensa que venía solazándome en ese bucólico derroche de poesía y belleza del inicio y de pronto… aquel oleaje de ira y su estallido final, completamente justificado en el contexto, por cierto, me tomó por asalto… ya debería estar acostumbrada porque el factor sorpresa es una constante muy apreciada en tus relatos. Te sonará exagerado pero lo que me intimidó fue que su estructura, su tono y fuerza emocional, trajeron a mi memoria las Desventuras del joven Werther, de Goethe, que siempre me turba, de la mitad al final. Por una de esas cosas que tiene la vida, me encontré leyendo ese libro hoy (cuando debería estar terminando un post). Y, ¿me creerías si te dijera que esta vez, Goethe me recordó a Jorge Romera? Pues, lo hizo. Asi que consideré justo regresar, dejar mi comentario y felicitarte por el relato… El grito de un animal herido, puedo compararlo sólo con la muda angustia en el cuadro de Munch o a una mañana de terror infantil entre una lluvia de balas perdidas pero ésa, es otra historia… Un abrazo y gracias por tus letras, que jamás defraudan, Jorge.

    • Confesión por confesión, debo decir que nunca he leído a Goethe, aunque sí sé que tras la publicación de «Las desventuras del joven Werther» se produjo una ola de suicidios de jóvenes imitando (atención spoiler) la muerte del protagonista. De ahí el famoso «efecto Werther».
      Reconozco que en este relato me dejé llevar por la rabia que me produce cualquier tipo de atentado contra la Naturaleza. Llamémoslo escritura catártica. Apuesto lo que sea a que Munch también se dejó arrastrar por sentimientos políticamente incorrectos cuando pintó el cuadro. Vamos a mirar la Wikipedia… Parece que Munch vivió una existencia atormentada (padre rígido y severo, madre y hermana muertas por tuberculosis cuando él era solo un niño, otra hermana diagnosticada bipolar e ingresada en un psiquiátrico…). También descubro que no pintó un cuadro con ese título sino cuatro… Comprensible. (Por cierto, Wikipedia, ¿cómo sería la vida sin ti?).
      Gracias por tus siempre estimulantes palabras, Gissele.
      Un abrazo.

      • Desconocía el «Efecto Werther», aunque por la apasionada defensa que el protagonista hace del suicidio, no me extraña. Lo que remece, sin embargo, es la secuencia de emociones en el relato. Goethe es maestro en eso. Y sobre Munch, qué curioso, su cuadro original se llamó El Grito de la Naturaleza y aunque hasta hoy, creí que se trataba de una secuencia pues, tienes razón, son cuatro y hay además versiones en blanco y negro…a Munch, lo inspiró un intenso sentimiento de melancolía mientras imaginaba que la puesta de sol que miraba desde la carretera, eran lenguas de fuego y sangre, sobre un fiordo. Es probable que también pensara en un incendio forestal provocado y la obra fuera su catarsis.

        Gracias otra vez, por la sacudida emocional, las arenas movedizas en literatura, me estimulan la conciencia, y también al numen. Linda semana para ti!

      • Gracias a ti, Gissele, por despertar mi curiosidad por Munch y Goethe, por esos elogios y por mantener vivo este blog con tus comentarios.
        Linda semana para ti también.

  6. Volví a este post, a propósito de los sentimientos que en mí han despertado, los últimos actos (vandálicos a toda voz) de ayer, en la hermosa y querida Collserola. Tu final es terrible pero es ficción, una proyección de tristeza, impotencia e indignación… en cambio, la crueldad de quien es capaz de atentar y destruir la vida que transcurre plácida y embellece el gris de las ciudades, con su simple realidad. No lo es. Eso es maldad pura (si puede haber pureza en la maldad), deleznable y merecedora de implacable justicia. Ahora… ¿la indiferencia? ¿cómo calificar la indiferencia de una ciudad ante sucesos como éstos? ¿Es posible que el diario mencione que muchas personas «permanecían tranquilas en las terrazas tomando un tentempié u observando con parsimonia la evolución del fuego»? ¿Y que esto no ocurra sólo en Barcelona sino en el resto del mundo? ¿Acostumbrados a que ocurra? ¿Es que hacen falta fincas en la zona? Espero que nadie que llegue a leer tu post, piense en ocupar alguna… Gracias por el espacio, dejar esto por aquí, me devolvió el aire. Y por otro lado, la primera parte de tu post, reconforta. Seguramente la colina, en su sabiduría, sabrá renovar la vida entre sus venas de tierra, ajena a la estupidez humana. Un abrazo, Jorge.

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