La luz del conocimiento

Las cosas no iban a cambiar, nunca lo harían. El personal estaba aborregado por siglos de sumisión. La tecnología se había convertido en el arma predilecta del poder, oculta siempre tras un espejismo de diversión o simple comodidad, ¿y existe algo que reblandezca más el cuerpo y el espíritu que la comodidad? Los niños que tenían la Play 6 ya soñaban con la Play 7, que aún no existía ni en las mentes de sus creadores, pero por sus cerebros infantiles ya corría el veneno del estúpido consumismo. De mayor todos querían ser creadores de vídeojuegos o youtubers, o quizá participantes de realities. Los adultos bien posicionados –profesionales liberales, empresarios con suerte, ejecutivos poco escrupulosos– trabajaban en pos de sus zanahorias, fueran éstas IPhones de ultimísima generación, automóviles más potentes y vistosos, cruceros de placer, casas suntuosas, yates siempre fondeados, ropa de diseño o cualquier otra estupidez que viniera rubricada por los cantos de sirena de la novedad o la moda. La plebe, en condiciones laborales esclavistas, trabajaba interminables horas por un mísero salario para pagar la hipoteca, el alquiler o, en la mayoría de casos, la habitación compartida, los impuestos y la comida haciendo del estoicismo su credo mientras los precios, que la inflación hinchaba cada vez más, se catapultaban hacia alturas siderales. Legiones de desarrapados pululaban como zombies buscando algo que llevarse a la boca en los contenedores de basura de las grandes urbes al tiempo que musitaban como una letanía el mantra oficial: «es lo que hay». Los políticos medraban estafando, prevaricando, amañando, evadiendo al fisco, campando a sus anchas por las altas e invisibles esferas del poder. La prensa estaba comprada por los políticos y los políticos eran simples fantoches, muñecos de trapo de los bancos y las multinacionales. Los jueces, la policía, los médicos… todo era un colosal teatro de marionetas donde hasta un ciego vería la tosquedad de sus hilos. Los terrenos se recalificaban y se vendían al mejor postor para convertirlos en zonas residenciales, en casinos o en parques temáticos. La Naturaleza había desaparecido engullida por el tráfico rodado, que lo invadía todo. Edificios enteros, rascacielos mastodónticos, se destinaban a aparcamientos. El subsuelo de las ciudades era un gigantesco queso de gruyere. La televisión con sus estupidizantes rayos catódicos se encargaba de jibarizar más si cabe los narcolépsicos cerebros de sus babeantes espectadores. Ya no existía la telebasura porque toda la televisión lo era: los realities de hiperbólica zafiedad, el bostezante fútbol y sus inteligentes comentaristas, la información torpemente manipulada, los estúpidos concursos, las series para encefalogramas planos, la publicidad omnipresente. Todo atisbo de espíritu crítico era castigado en las escuelas, segado de raíz por la implacable guadaña de la estupidez. Los maestros eran meros acólitos, adoctrinados desde el poder para perpetuar el status quo. Era el triunfo aplastante del Neoliberalismo, la victoria sin concesiones de la privatización, el consumismo, el darwinismo social, la estrechez de miras, la corrupción, la superficialidad, el materialismo y el despilfarro absurdo. Una orgía cósmica de egoísmo. 

Y entonces sucedió. Una broma del azar, un giro inesperado del pool genético, una mutación imposible. Un niño con espíritu crítico abrió sus ojos a un mundo que estaba a punto de colapsar bajo su colosal peso de estupidez. Un niño que no querría jugar a la play ni ser youtuber de mayor. Un niño así podría constituir una auténtica amenaza para el sistema, y las autoridades, convenientemente informadas, intentaron convencer a sus padres de que el pequeño entrara a formar parte de un pionero programa de investigación, una magnífica oportunidad para su futuro. Pero los padres no cayeron en tan torpe celada y huyeron muy lejos. Cambiaron de identidad, encontraron un lugar remoto en el que aún había árboles y vivieron de la tierra. Aquel niño que no veía la televisión ni consecuentemente quería juguetes, poseía un don natural para imaginarse historias ante la atónita mirada de unos padres que se preguntaban cómo era posible que un niño tan pequeño pudiera hablar de cosas que parecían pertenecer a otro mundo. Y el niño se convirtió en un  muchacho que carecía de smartphone pero era capaz de hablar con los pájaros o abrazar a los árboles y sentir su milenaria sabiduría, entender el lenguaje del agua que salta cantarina entre las piedras del arroyo o descifrar el roce de la brisa entre las altas ramas del haya y el pino, leer el secreto del musgo con la yema de sus dedos, oír la lejana voz de las estrellas cuando la negra noche lo cubre todo con su manto oscuro.

Pero un día el joven quiso ver mundo. Sus padres sabían que no podrían detenerlo; su destino estaba marcado mucho antes de que naciera, escrito en las inacabables arenas del tiempo. Llegó a una gran ciudad, una megalópolis. Multitudes en cada calle se cruzaban sin verse. La noche ya había caído; siempre la noche, era el momento del día en que más vivo se sentía. Entró en un bar. Una mujer joven lo miró. Era hermosa, no como un amanecer en las montañas o un edelweiss brotando humilde entre las rocas, pero era hermosa, no podía negarlo. Se aproximó a ella y le preguntó su nombre. Ella le habló de su nuevo reloj, capaz de recibir correos electrónicos, hacer fotografías, resolver ecuaciones diofánticas y hasta construir elaborados hologramas. Sí, también daba la hora. Él le confesó que acababa de llegar a la ciudad y no tenía dónde ir. Ella le invitó a que la acompañara a casa en su potente deportivo, regalo de su padre. Se besaron apenas entrar en el ascensor que subía directamente desde el aparcamiento, ¿por qué no?  Y al traspasar el umbral, con la casa en penumbra por la luz de las farolas que se filtraba a través de las cortinas, él abrió la boca y le mordió en el cuello. No fue algo erótico, la antesala del efímero placer, sino un mordisco brutal, la dentellada del licántropo, la feroz acometida de la bestia. Retuvo sus colmillos sobre la herida abierta hasta que ella dejó de debatirse, su corazón latiendo por última vez. Y entonces, después de unos instantes, ella inspiró profundamente y abrió los ojos como si hubiera despertado de un largo sueño. Y en sus ojos había espíritu crítico y lucidez. Aquellos ojos irradiaban la luz del conocimiento.

 

 

Jorge Romera

18 de febrero de 2016

 

 

33 comentarios en “La luz del conocimiento

  1. Llevo aquí un buen rato, con los ojos muy abiertos, la sonrisa más boba que te puedas imaginar y el corazón latiendo a lo loco, sin saber qué escribir… ¡qué retorno, Jorge! ¡Hay en este relato, ¡tantos!, ¡infinitos! que gatillan la inspiración… Me quedé escuchando a las estrellas, entre las ramas de esos pinos; con la humedad del musgo en la yema de los dedos… ¡Atrevido, tu protagonista! No todos osan morder a una musa: «Ella inspiró profundamente y abrió los ojos…» ¿para alumbrarle el camino?, ¿con la misma luz que él le había mostrado, antes, desde sus ojos de sabio milenario? ¡Gracias! y disculpa la emoción pero es imposible leer algo así y que no se le mueva a una, el piso. Aún no sé cómo lo haces pero…tú sigue escribiendo que ¡lo voy a descubrir! 😉

  2. Que gozada de relato! Me ha venido a la la mente «1984» aunque menos trágico y luego el giro que no siendo erótico desprende un erotismo brutal! Me ha encantado el retorno a nuestro ser que tiene pinta de ir extendiéndose como una bendita enfermedad…. Buenisimo!
    Un beso poseído Jorje!

    • Rápidamente los gobiernos se pondrían manos a la obra para encontrar una vacuna contra la enfermedad de la lucidez. Pero todo aquello que pueda transmitirse por un mordisco en el cuello tiene mucho ganado…
      Gracias por tus palabras, Nieves. Y por seguir ahí.
      Besos infernales.

  3. Hay algo mejor que estar leyendo a mi escritor favorito y escuchar de fondo un tema de Loreena McKennitt??…Es como tocar el cielo con mis manos!
    No me canso de leerte, me encanta!
    Besos, Jorge!

    • Bueno, a mí se me ocurren varias cosas mejores que leer a mi escritor favorito y escuchar de fondo un tema de Loreena McKennitt. Pero tampoco voy a tirar piedras sobre mi propio tejado 🙂 Que un lector te diga algo así es algo fantástico, y te doy las gracias por ello, Ana.
      Alguien dijo una vez que disfrutaba más escribiendo un mal verso que leyendo el mejor poema de la Historia de la Literatura. Yo estoy completamente de acuerdo. Pero mentiría si no dijera que también me gusta que me lean (y que me lo digan).
      ¡Gracias, Ana!
      Un beso.

      • Mmmmm buenos días mi bello escritor!!..Pues precisamente a mí también se me ocurre otra manera mejor de tocar el cielo, el mismo protagonista, la misma música, pero lo que menos haría sería leerte!! Jajajaja Ya que no tengo ese privilegio, me conformaré con tus letras…
        Besos atrevidos, Jorge!

  4. Lo mejor sería estar rezagados oor tecnología y encontrar el lado bueno de la vida sin necesidad de artefactos que sirven para alardear. No obstante, el mundo gira alrededor del dinero y la tecnologia.
    No me cansaré de escribir lo rocambolescos que son sus relatos. Una vez más nos ha sorprendido con sus dotes escribiendo.
    Un abrazo.

    • Yo creo que el mundo siempre ha girado alrededor de la comodidad. La tecnología hace la vida más cómoda, y con el dinero se compra la tecnología (y más cosas que hacen la vida más cómoda). El problema de la comodidad es que nos vuelve estúpidos, y la estupidez humana no tiene límites. El otro día, en una playa argentina, una cría de delfín quedó varada en la orilla. Los bañistas comenzaron a pasarse la cría de mano en mano para hacerse selfies con ella, hasta que la cría de delfín murió. Eso es estupidez.
      «Rocambolesco» es un adjetivo que me gusta. «Acción audaz, apasionante, espectacular e inverosímil», según WordReference. Me encanta que mis relatos te parezcan rocambolescos, Sammy. Un millón de gracias por tu espontaneidad y tus palabras.
      Un abrazo.

      • Tienen mucha razón sus palabras, la comodidad nos vuelve estúpidos. Un voto a su favor. ¿Cómo es posible que a cambio de una selfie tenga que morir una cría de delfín? Aun estando muerta 😦 no pararon. Qué estupidez tan grande.
        Estoy segura que no soy la única que piensa eso sobre los relatos que usted escribe.

  5. !Menudo regreso! Es un placer volver a leerte. Hay varias frases geniales en la historia y los dos giros de tuerca que das son bastante buenos. Sería genial que la luz del conocimiento pudiera expandirse como un virus a través de un suculento mordisco, con su punto erótico incluido, ya que el placer es conocimiento (o era al revés). Me alegro de tu vuelta, realmente te ha tocado la varita de la inspiración. Espero que te toque más a menudo para poder seguir disfrutando de lo que escribes.
    Un abrazo.

    • A pesar de que se está trabajando a marchas forzadas, todavía no se ha descubierto el antídoto contra la mordedura de la inteligencia.
      Los que la han probado aseguran que es mejor resistirse un poco. De ese modo, el veneno penetra en la sangre con mayor facilidad…
      ¿Vas a resistirte?

    • Disculpa por la tardanza en responder. Tu comentario había sido considerado como spam por wordpress, y como habrás comprobado por las telarañas, hace mucho que no entro en mi propio blog.
      Sí, este mundo es cada día un poco menos habitable, aunque escribir relatos así no cambiará nada. Son pura evasión.
      Un saludo, piedra s

  6. Guau! Impresionante!!! Buena manera de hablar de la indefensión aprendida, también tengo un vídeo sobre el tema. Yo no quería ser youtuber 😂😂😂 2 años atrás me lo dicen y no me lo creo! Pero de momento es una de las maneras más rápidas para llegar a gente que no lee y mostrarles temas tan interesantes como este y muchos más! Un saludo.

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