Viaje con nosotros a mil y un lugar (El Escuadrón de la Muerte. 2ª Parte)

Dejamos ayer al intrépido Jorjune inmerso en profundas disquisiciones semánticas en torno al uso de «exactamente» por los cerebros privilegiados de Transportes Metropolitanos de Barcelona. Pero prosigamos con su aventura subterránea:

«Hace años uno esperaba y esperaba en el andén a que llegara el tren sin saber muy bien cuándo iba a suceder eso. Si tenías prisa por llegar a clase -pues precisamente esa mañana tenías un examen final de lógica de segundo orden, por ejemplo- no era extraño que hubiera algún retraso en la red de metro, con mayor probabilidad en la línea en la que tú viajabas. La prisa por llegar al examen, los nervios propios de un día así, y la incertidumbre de cuándo llegaría el maldito tren se conjugaban sinérgicamente para producir en nuestro estómago un dolor muy parecido al de una úlcera, pero en plan sano. Por fortuna, todo eso pertenecía ya al pasado como las neveras de hielo, las botellas de sifón y las motos con sidecar. Ahora un moderno ingenio electrónico situado a dos metros de altura sobre el andén te avisa del tiempo, en minutos y segundos, que tardará en llegar el próximo tren a tu estación: 3:53, 3:52, 3:51…. Es incluso emocionante seguir esa especie de cuenta atrás, como si estuviéramos aguardando el lanzamiento de un cohete a la Luna (o a Marte, que ahora mola más). Cuando ya faltan sólo 49 segundos y te levantas del asiento para intentar colocarte en pole position, el reloj, como por arte de magia, se pone de nuevo en 1:15. Es decir, que hace sólo un momento faltaban 49 segundos para la llegada del convoy, y ahora mismo todavía queda 1 minuto y 15 segundos. Y no es que yo sea un hacha en física, pero -paradojas einstenianas aparte- ¿el tiempo no se mueve hacia adelante? Porque está claro que el metro puede ser un poco más rápido que el bus, pero ni de lejos viaja a la velocidad de la luz (imagínense la subida de tarifas). En cualquier caso, ¿qué importa esperar unos segundos más? Somos seres humanos, ¿no? Subimos la vista y comprobamos que ahora sí faltan 52 segundos para la llegada del tren. Resulta reconfortante saber que ya está ahí, no cómo años atrás, siempre con el corazón en un puño. Sin embargo, al volver  a mirar el reloj -sólo por hacer algo- descubrimos que, no me jodas, de nuevo ha saltado hacia atrás, y ahora falta de nuevo 1 minuto y 15 segundos. Y ahora sí, ahora empiezo a ponerme nervioso. Comienzo a pensar que antes era mejor, que el asunto de la incertidumbre no ha cambiado para nada, pero que ahora encima te toman el pelo. Me entran ganas de matar el tiempo, literalmente. Saltar en el aire y esmachar el puto reloj como si fuera una canasta de baloncesto en los últimos segundos  de una gran final de la NBA. Pero no, el tren ya está ahí, por fin.

Entramos y logro sentarme en uno de esos asientos reservados a ancianos y mujeres en estado de gestación. Una mujer de unos sesenta años cuyo hijo debe ser cirujano plástico en periodo de prácticas me mira con ojos de basilisco. Y yo le cedería el asiento gustoso, pero seguro que no vería con agrado tal muestra de cortesía, pues de ese modo ¿no estaría reconociendo su verdadera edad? Así que sigo con «La conjura…» hasta que, en un momento del viaje, noto como una presencia ominosa en el vagón, levanto la vista del libro y…. ahí está: el muy temible, el implacable, el legendario… Escuadrón de la Muerte. 

Un  Escuadrón de la Muerte está formado por cuatro miembros del personal de TMB especialmente seleccionados por sus poses aguerridas, sus espíritus belicosos y sus elevadas tasas de testosterona. Su arriesgada misión consiste en comprobar los billetes de los viajeros y, de paso, disuadir de colarse a los escépticos. Pero su trabajo les gusta, y se les nota. Cuando se les ve entrar por sorpresa en un vagón -cual halcones lanzándose en picado sobre su presa- el respeto y natural temor ante la autoridad brota como por ensalmo en los pechos de las gentes de bien, mientras que los pillos y los rufianes que pretenden viajar sin pasar por caja contemplan con estupor cómo el pánico cunde en sus pequeños y mezquinos corazones.

Los había visto en acción, persiguiendo a niñatos imberbes en busca de aventura y adrenalina, hostigando a inmigrantes malnutridos y, en general, desplegando toda su arrogancia y potestad con los elementos más peligrosos del crimen organizado. ¿Su modus operandi? De repente, como un solo hombre, entraban en tromba en uno de los vagones provocando arritmias y taquicardias entre el pasaje, y entonces, igual que habían entrado, saltaban de nuevo al andén. O se quedaban y pedían los billetes aleatoriamente, tú sí, tú no, conscientes de que el ser humano necesita patrones, regularidad, certidumbre, mientras que el azar y el caos colapsan su mente.

Y ahí están ahora mismo, muy cerca de mí. Es cierto que hay mucha gente que se cuela en el metro. Y con la galopante crisis económica y las obscenas subidas en las tarifas, ¿era realmente poco ético colarse? Yo mismo he visto a jovenzuelos y no tan jóvenes saltar por encima de los torniquetes. Pero no me veía a mí mismo saltando por ahí como un Silvester Stallone cualquiera anunciando un traje de Emidio Tucci para el Corte Inglés. No, yo no. Yo prefería pasar con la tarjeta rosa de jubilada de mi madre. Algo que sólo hago en fechas señaladas como la de hoy: ¿quién iba a sospechar la aparición de un Escuadrón de la Muerte en plena retransmisión televisiva de un Barça-Madrid? ¿No deberían estar viendo el clásico deportivo bien calentitos en alguna sala de descanso para el personal de TMB?

Uno de los miembros del escuadrón, un calvo de unos cien kilos con unos antebrazos tan peludos que en lugar de llevar tatuajes se había hecho unos dibujos con un cortacésped, se acerca peligrosamente a mí. Y es cierto que a pesar de que en la báscula sólo doy 71 kilos, años y años de entrenamiento han dejado en mis brazos unas venas como tuberías que deberían ahuyentar a cualquiera con intenciones aviesas. Pero estamos en invierno, y llevo puesto un forro polar y un jersey de cuello alto y no sé cuántas prendas más. Ahora sabré cuánto es exactamente entre 50 y 600 euros. Eso, o darle un puñetazo en la nariz al memo este con toda mi fuerza. Y entonces, cuando ya siento su aliento en mi cogote, levanto súbitamente la cabeza de la novela que aparento leer, y con una velocidad que le coge completamente desprevenido me oigo decir a mí mismo: «Odio el fútbol».

El tipo se me queda mirando con las venas de su cuello de toro tensas como cuerdas de piano. Y tras unos segundos que transcurren lentos como eones, inesperadamente, me susurra al oído: «Yo también». Y he aquí que acaba de nacer una bonita amistad».


5 comentarios en “Viaje con nosotros a mil y un lugar (El Escuadrón de la Muerte. 2ª Parte)

  1. A mi me gustaría saber, si llevas billete y no quieres mostrarlo, qué ocurre? Se considera una falta todavía peor, un desacato a la autoridad? La multa aumenta acercándose al límite superior o ya se dispara en otra escala acercándose a delitos como los cometidos por el juez Garzón? Cuales son nuestros derechos? Hasta dónde puede llegar su poder de coerción? Pueden tocarte? Pueden impedirte el paso? Hasta donde pueden llegar por algo que empezó por el coste de un billete de metro. No sé, son cosas que un kafkiano se pregunta.
    Me gustaría que Jorjune investigara el asunto, la visión del escuadrón de la muerte no me deja conciliar el sueño.

  2. Joder macho, que ocurrente eres, nunca se me hubiera ocurrido reaccionar asi. Cuando parecía que lo tenías todo perdido encuentras una salida. Tenias razon, quiero leer el siguiente capítulo!!!

    Pepe

  3. M’agrada molt el personatge d’en Jorjune. Es molt real i sap comunicar molt be el que pensa i el que fa.Per a mi es un heroi creïble i no increïble com estem acostumats a la manera de presentar-los.M’he enganxat al personatge d’en Jorjune i m’interessa molt llegir tot el possible d’ell. Espero poder-ho fer en un llibre.
    Endavant Jorjune!

  4. Una gripe intestinal me ha dejado fuera de combate unos cuantos días, el día que me llamaste ya no me encontraba bien.
    Me ha encantado leer tus escritos, tienen una gran riqueza de vocabulario, acorde a la lectura de los centenares de libros que has devorado en todos estos años. Además, son muy amenos y atrapan, que es lo principal.
    Me gustaría, no obstante, ser crítico en un par de cosas:
    –La mayor utilización de los puntos y aparte.
    –El título de asquerosamente sano no seduce, ni invita a su lectura (opinión tanto de mi mujer como de mi hija).

    Saludos
    Familia Banús

  5. Al igual que Jorge y Jorjune son hibridos, tus escritos lo son también.Hay en ti una mezcla de lo profundo y lo mundano que se refleja en todo lo que escribes,tal vez por eso gustas tanto.

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