Ocurrió esta noche, hace apenas una hora. Entré en un garito muerto de sed y pedí una cerveza. No es que me entusiasmen las zonas portuarias, pero tenía que hacer un trabajito por allí y el bocadillo de anchoas que me había metido entre pecho y espalda a mediodía estaba teniendo ciertas repercusiones en mi organismo a nivel celular.
Entró en el bar un tipo con una cara tan graciosa que se me escapó una risotada. Nada demasiado estridente, pero el menda se dio cuenta y me miró fijamente. La verdad es que con aquel careto se habría hecho rico trabajando como modelo en una escuela de caricaturistas. Se sentó junto a mí en la barra y pidió un vaso de leche. Yo ni siquiera sabía que en estos sitios tuvieran leche, y no pude evitar un comentario jocoso. Lo siento, es mi sentido del humor.
El tipo, que dijo ser vegetariano, no pareció molestarse y me invitó a sentarme en una de las mesas. Por su acento hubiera dicho que era norteamericano, tal vez de Missouri o Kentucky. En realidad no tenía ni idea de su procedencia, pero esos nombres me parecían lo suficientemente exóticos como para juguetear con ellos. «You look like a platypus»- le dije para fardar un poco de inglés, y es que no todo el mundo sabe cómo se dice «ornitorrinco» en ese idioma. Luego me levanté para ir al servicio y cuando volví tenía otra jarra de cerveza bien fría sobre la mesa cortesía de mi nuevo amigo cara de ornitorrinco. Le agradecí el gesto y la apuré de un golpe, malditas anchoas. Entonces empezó a contarme una extraña historia.
Años atrás había estado trabajando en una inmobiliaria. Eran tiempos duros para ese sector y aquel mes ningún miembro del equipo había vendido absolutamente nada. Los mandamases de arriba llamaron al jefe de ventas y le debieron dar tal repaso que cuando bajó parecía Barbarroja arengando a sus hombres antes de un abordaje. Toda su elocuencia fue, sin embargo, infructuosa pues las ventas siguieron estancadas en la más absoluta nulidad. Al fin, el jefe de ventas decidió hacer un nuevo fichaje, un tal Frank, quien años atrás había trabajado allí demostrando tener la escasez de escrúpulos necesaria para cerrar cierto tipo de ventas.
El tal Frank era un tipo enorme de unos noventa y cinco kilos de peso y una cara cuadrada picoteada por la viruela. El primer sábado por la mañana que trabajaron todos juntos, el tal Frank decidió arrogarse el papel de líder y, para aunar las voluntades y subir la moral de la tropa, tuvo la genial idea de invitar al equipo a una especie de catering a base de productos cárnicos.
Mi amigo cara-de-ornitorrinco anunció que él no comía carne y el bueno de Frank respondió que qué mariconadas eran ésas. Normal. Finalmente decidieron arrinconarlo en una solitaria mesa mientras el resto se ponía hasta arriba de grasas saturadas y colesterol del malo.
A partir de ahí las cosas fueron de mal en peor para mi amigo, un verdadero descenso a los infiernos. Comenzó el bueno de Frank con sus bromitas bienintencionadas cuyo blanco era invariablemente el vegetariano, el diferente, y el resto del equipo no tardó mucho en secundarlo. En un mes en el que las ventas no despegaban del suelo y los de arriba no hacían más que amenazar con el despido, mi amigo se convirtió en el cabeza de turco, el chivo expiatorio, un saco de boxeo.
Yo hubiera cogido al bueno de Frank por la corbata en el lavabo de la empresa y le habría puesto la punta de mi bolígrafo Bic naranja delante de la pupila de cualquiera de sus ojos. Luego le habría roto la tapa de la taza del wáter en la cabeza. Se acabaron las bromas, Frank. ¿Lo pillas, Frank? Pero mi amigo no tenía lo que hay que tener. No sé qué me dijo de tasa de testosterona baja. Tonterías.
Un buen día, coincidiendo con su onomástica, mi amigo decidió invitar a todo el equipo a un desayuno especial. Trajo el chocolate de su casa en termos, bien caliente, y cuando empezó a verterlo en los vasos de plástico aquella maravillosa fragancia inundó de tal manera el despacho que los jugos gástricos de todos los miembros del equipo comenzaron a danzar en una especie de ballet sincronizado. Y los bizcochos parecían recién horneados.
Mi amigo dijo que había olvidado algo, un ingrediente muy especial, que empezaran sin él, que bajaba un momento al supermercado de la esquina y volvía en seguida. Pero no volvió. No volvió nunca más. En realidad no había olvidado ningún ingrediente especial. El cianuro estaba ya ahí, bien disuelto en el chocolate. Después de todo, también él tenía sentido del humor, ¿no? Y al decirme esto, en aquel bar, después de haberme bebido la cerveza a la que me había invitado minutos antes, sonrió de una forma que no me gustó. Y ahora, mientras escribo estas líneas, comienzo a sentir una sensación extraña en el estómago. Sí…, me siento extraño….
Jorge Romera
marzo de 2012
PLAS,PLAS, PLAS(APLAUSOS)!!!! ME QUITO EL SOMBRERO. ERES GENIAL, YA SÉ QUE ME REPITO, PERO NO PUEDO EVITARLO.
GRACIAS POR DEDICÁRMELO, NO SABES LO ORGULLOSA QUE ME SIENTO DE TI. ESPERO QUE TUS LECTORES SEPAN APRECIAR EL REGALO QUE NOS HACES.
El ornitorrinco, una mezcla aparentemente burda entre ave, mamífero y reptil, empezó en occidente bajo la sospecha de una broma pesada de las colonias que se mofaban así de los que no tenían las agallas de ir a las antípodas, si era necesario, para descubrir todo lo que la naturaleza nos depara.
Muchos no se lo creyeron hasta que vieron uno vivo, y aun así buscaron sin éxito las suturas que unían ese rompecabezas imposible. La taxonomía tuvo que hilar más fino que nunca para clasificar al nuevo bicho y mostró una vez más que, se ponga donde se ponga la frontera entre las cosas, ésta, se tendrá que ir ampliando en un proceso que deviene infinito.
Nuestra mente está castigada a no saber la última realidad. El viejo axioma de que desde dentro de un sistema no se puede comprender al propio sistema parece inevitable.
Ahora no sé a qué viene esto. Ah si! estoy en tu blog, Jorge, perdona pero como de costumbre se me ha ido la olla. Me ha gustado mucho tu relato, que te acordaras del ornitorrinco y de que todo bicho tiene derecho a un respeto, porque nunca se sabe…
Espero que tus molestias estomacales fueran por el bocadillo de anchoas y no por el cianuro. Estaré atento a tu blog.
Si pudiera en la tienda invitaría a más de una a un desayuno tan apetitoso como el de tu amigo Frank…y no digas que es el último…
! Jorge, jorge ! !estás ahí! ! Comienzas a preocuparme, dime algo !
Tío me he metido tanto en tú papel que por un momento creía que el que se moría era yo. Espero que te sirva de escarmiento y no te vuelvas a reír de nadie por feo que sea.
Pepe
No quisiera adularte con una serie de adjetivos hiperbólicos tan solo «genial»
» Tengo todas las pruebas jorge así que procura cometer los delitos»
Ciao crack
CREO QUE HAS ACERTADO EN EL FORMATO QUE HAS ELEGIDO, SON HISTORIAS CORTAS PERO UNA VEZ LAS ACABAS DE LEER,SE MANTIENEN CIERTO TIEMPO EN LA MENTE, EL SUFICIENTE PARA REFLEXIONAR Y EXTRAER LA MUCHA SABIDURÍA QUE ENCIERRAN ALGUNAS DE ELLAS.
ENHORABUENA.