Dientes

«Tienes los dientes feos», le dijo la mujer que acababa de romper su relación con él, «no es que eso haya sido determinante, pero quería que lo supieras».

 Al llegar a casa una fuerza invencible le arrastró hasta el cuarto de baño, se miró en el espejo y sonrió. De acuerdo, no era la sonrisa de Tom Cruise, ni siquiera la de Simon Baker dejando caer que ha hecho una de las suyas en la serie «El Mentalista», pero por Dios, eran sus dientes de toda la vida. Y nunca había tenido ningún problema con ellos. ¿O sí? Un momento, aquella chica de Mallorca, ¿cómo se llamaba? Sí, Estrella. Había tenido una primera cita con ella cuatro años atrás tras conocerse en una página de contactos. Tuvo que coger un avión desde Barcelona y sobrevolar el Mediterráneo invadido por esa mezcla de duda y placer anticipatorio para conocerla en persona. Ella no dejó de vanagloriarse en todo momento de su dentadura perfecta como la pieza clave de su tesis según la cual su vida y su visión del mundo eran científica y teológicamente superiores, al mismo tiempo que atacó frontalmente la dentadura de él como síntoma de un sistema filosófico erróneo y trasnochado. Todo lo cual, dicho sea de paso, no fue óbice para la locura de sexo y lujuria que se desató en las tres noches siguientes.

Pero de aquello hacía ya cuatro años. Estaba olvidado, bien doblado y metido en un cajoncito remoto de su memoria. O no. Y ahora aquello. Lo cierto es que empezó a no sonreír cuando se cruzaba con algún conocido por la calle, y al cabo de unas semanas ya apenas hablaba con nadie. Se dijo a sí mismo, para lo cual no tenía que mover la boca, que había que buscar una salida al problema. En la clínica odontológica que inundaba de publicidad su buzón le dijeron que con unos treinta mil euros -precios anticrisis- aquello tenía fácil solución. Estaba claro que su concepto de la expresión «fácil» no coincidía exactamente con el suyo. 

Semanas después, leyendo un artículo sobre ventriloquia, descubrió que podía hablar sin mover los labios. Entusiasmado, empezó a ensayar delante del espejo y al cabo de unos días ya dominaba la técnica. Rebosante de valentía y optimismo, acudió a una primera cita con una chica que había conocido a través de Internet con su mejor traje. «Voy un momento al baño a empolvarme la nariz», susurró ella mientras esperaban a que el camarero les llevase un gintonic para ella y un vaso de leche para él. Pero ya no volvió. Desmoralizado, miró a su muñeco. Lo había comprado a buen precio en una tienda dedicada a la magia, y sin duda era un muñeco excelente. Incluso le había cogido cariño en aquellas semanas previas, repletas de errores y pequeños éxitos en aquel difícil arte. 

Pero era un hombre tenaz y acudió a todas las citas que siguieron a aquélla con su muñeco. Todos aquellos encuentros, huelga decirlo, fueron un estrepitoso fracaso. Las chicas se excusaban para ir al baño, o para pedir un azucarillo más al camarero, o recibían inesperados mensajes en sus odiosos whatsapp y luego desaparecían como si se las hubiese tragado la tierra. 

No era un hombre que tirase fácilmente la toalla, pero se dijo a sí mismo que la próxima sería su última cita. Vistió a Flaneto, que así había bautizado cariñosamente a su muñeco, con un bonito traje de marinero y acudió a aquel café con el corazón encogido de quien intuye su final. Se sentó a una de las mesas de la terraza mientras los nubarrones del cielo amenazaban tormenta, y esperó. Diez, quince minutos. Y cuando estaba a punto de levantarse para irse de allí, vio llegar a una mujer joven que le saludó con la mano. En uno de sus brazos llevaba cogida una muñeca.

 

Jorge Romera

Barcelona, 23 de septiembre de 2013

45 comentarios en “Dientes

    • Escribir no es como aprender a ir en bicicleta, sino más bien como, según dicen, tocar el violín. Un par de días sin tocar y lo notas tú; una semana y lo percibe tu público. Así que no sabes cuánto agradezco tu entusiasta comentario. Un millón de gracias.

  1. Gran retorno, un relato muy melenitas, de rotos y descosidos, aunque uno debe reconocer que por experiencia propia el relato le ha llegado, tengo una dentadura fea, por lo que nunca enseño los dientes, no hace falta muñeco, solo mucho morro, literal y figuradamente 😀

    Abrazos y feliz retorno.

  2. La constància és molt important… un relat autobiogràfic amb trampa? 😉 s’ha de seguir escrivint, si el cos t’ho demana. Bon relat i un final molt dolç, que de tant en tant ja convenen, home! Felicitats pel retorn!

  3. Me alegra que ese gusanillo que llevas dentro te haya incordiado lo suficiente como para que vuelvas a entretener a tus entregados lectores.
    Si empezamos a mirar las cosas que querríamos cambiar de nuestro físico, inteligencia, personalidad, estatus,… tendremos la mente demasiado distraída como para poder experimentar la vida como es.
    Todos somos como ventrílocuos, creamos personajes para fascinar a los personajes que han creado los demás para fascinarnos a nosotros.
    Evidentemente, al final, ese desperdicio de energía acaba desmoronando la representación y todos nos miramos atónitos sin apenas reconocernos.
    La alternativa de vivir sin personaje parece arriesgada pero al menos puedes hacer lo que te sale de los cojones, para dos días que estamos por aquí, no hay color!
    Por cierto, tu cuento me ha motivado a que mañana salga sin muñeco a la calle y a que pase a ver a mi dentista.

    • Espero que no te moleste si te cojo prestada la frase «Todos somos como ventrílocuos, creamos personajes para fascinar a los personajes que han creado los demás para fascinarnos a nosotros» y luego la cito como si fuese mía. No, es broma, seguro que ya la has registrado 🙂

  4. ¡Que alegría volver a leerte!
    Es así, rotos y descosidos como dice Dess. Pero es cierto quela dentadura es algo importante para la imagen de las personas. En españa tenemos unos dientes nefastos, La cosa va mejorando en la generaciones jóvenes.
    La timidez en algunos, llega a niveles enfermizos. Conozco a más de uno. 😛
    Besazo

  5. ¡Huy! Casi me lo pierdo. Reconozco que soy hombre de poca fe y pensaba que tu ausencia duraba ya demasiado para no ser definitiva. Pero alguna fe me debe quedar, porque aun paso por aquí de tarde en tarde. Y tuve premio. Un nuevo relato estilo «melenitas» que dice Dess.
    Me alegro mucho.
    Un abrazo.

  6. Cierto es que tienes imaginación y sabes expresarlo. Has conseguido que mientras te leía me veia a mí mismo como un muñequito acomplejado.
    Qué bueno leerte de nuevo.
    Un abrazo
    Pepe

  7. ¡Que delirante historia! De un pequeño comentario sobre sus dientes a terminar volcando su personalidad en un muñeco. Y el final ¡genial! si como dice el dicho «Dios los cría y ellos se juntan».
    Ha sido un placer encontrar tu lugar, sigo curioseando, si no te importa.
    Saludos desde Tenerife.

    • Uno se despierta a altas horas de la madrugada. No se atreve a mirar el reloj. Da vueltas en la cama. No vuelve a dormirse. Enciende la luz, coge un libro, lo deja. Por fin, armándose de valor, mira el reloj: las 5. ¡Por Dios! Intenta dormirse de nuevo aunque sabe que es una batalla perdida. Se levanta, enciende el ordenador y se encuentra con este comentario. ¡Vaya! Un rayo de sol mucho antes del amanecer.
      Gracias por tus palabras, Gloria.

  8. Me alegro de que se hayan encontrado, aunque me parece una situación muy cruel. La vida siempre es mejor con una sonrisa, sea como sea, y te lo digo yo que soy especialmente quisquillosa con los dientes, sobre todo con los míos. Acabo de llegar por recomendación de Dess y por aquí me quedo. Biquiños!

    • Este Dess… luego le paso la comisión. Para sonrisas te recomiendo encarecidamente el relato anterior a éste. «25 centímetros» se titula, y no, la cosa no va de aritmética 🙂
      Bienvenida y abrazos, CrisMandarica.

    • Ir leyendo poco a poco mis relatillos. Bueno, qué puedo decir, si esto no es halagador 🙂
      Respuestas a las preguntas: No, no comieron perdices porque se han puesto carísimas, pero pidieron unos pinchos de tortilla.
      Los muñecos tampoco comieron perdices porque todo el mundo sabe que los muñecos no comen, son ayunadores profesionales como el del cuento de Kafka.
      En lo tocante al tema dental, decidieron aprovechar una promoción de 2×1 y se hicieron una ortodoncia cada uno que cuando se besaban saltaban chispas…

  9. Y después de cuatro años se dió cuenta de sus dientes?????..qué excusa más rastrera para terminar una relación!!! Desgraciadamente vivimos en una sociedad donde se le da mucha importancia al físico y poca a los sentimientos!!! …pues menos muñecos y a lucir una espléndida sonrisa sin complejo alguno!!! ….para dientes los del Conde Drácula!!! ….Besos Jorge!!! ..Genial como siempre!!!

    • Nadie termina una relación de cuatro años porque el otro tenga los dientes feos (aunque sí puede servir para terminar una primera cita). En realidad, «tienes los dientes feos» es una excusa para iniciar el relato, un punto de arranque que nos llevará hasta el inesperado final. Los dientes del Conde Drácula son más funcionales que estéticos, y es que no es fácil chuparle la sangre a tus víctimas si no tienes unos buenos colmillos (o estás en el Gobierno).
      Gracias por tus palabras, Ana.

  10. Tu relato me recordó aquella frase de George Bernard Shaw: «no hagas a los demás lo que deseas para ti, ellos podrían tener gustos diferentes”… es seguro que hay muñecos presentes en casi todos los encuentros humanos pero en definitiva, debe espantar que alguien se atreva a sentarlos a la mesa y con traje de marinero!
    Me tiene intrigada este encuentro de ventrílocuos, ojalá te animes a una segunda parte. Presumo que para la tercera cita los muñecos perderán su gracia y los ventrílocuos se llevarán la mejor parte pero claro, el autor podría tener gustos diferentes 🙂
    Gracias por la sonrisa y la sorpresa, Jorge. Es un placer leerte.

    • Ah, los trajecitos de marinero… Yo nunca tuve uno y quizá ese hecho quedó ahí, trágicamente atrapado en mi subconsciente…
      Sin duda sería preocupante que en la tercera cita fueran los muñecos los protagonistas 🙂
      Por cierto, me encanta la cita de Bernard Shaw.
      Y el placer es mutuo, Gissele.

      • Los trajes de marinero! las galas con que las madres italianas emigradas a América, solían vestir a los hijos (y a sus respectivos muñecos 🙂 ) ¿añoranza del regreso a la tierra? Una moda encantadora, que se hizo eterna y popular alrededor del mundo.

        Mostrar al muñeco vestido así, como «muñeco”, lo hace tan evidente que intimida. Algo tan humano y …perfecto para el relato.

        Y la sonrisa! como cuando pides a un niño que «sonría con naturalidad” y ¡le arruinas la espontaneidad para siempre! o, ¿has visto esas bromas de “actúa natural”? … ya veo que no se te ha escapado nada.

        La paso muy bien en tu blog, Jorge, ojalá te animes a seguir escribiendo. Beso grande.

      • Confieso que no conocía esa moda de las madres italianas emigradas a América. ¡Gracias por el dato!
        Y gracias una vez más por tus palabras, Gissele. ¡A ver si me animo!
        Un beso.

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