La locura de escribir. A la memoria de Miguel Merino.

Los sucesos  que voy a relatar tuvieron lugar hace apenas unos meses y aunque es extremadamente peligroso hacerlo, siento que debo poner todo esto por escrito o me volveré loco. 

Fue a principios de abril de 2032 cuando me trasladaron a la Prisión de Alta Seguridad del Estado. Alguien encontró mis escritos y me delató al Comité. Todo el mundo sabe que desde hace diez años la escritura de cualquier tipo está penada con prisión y, en algunos casos, la muerte. Pensé que era ya demasiado viejo como para que alguien se tomase tantas molestias, pero subestimé la maldad humana. Qué estúpido.

La explosión demográfica se había invertido debido a la manipulación genética de algunos alimentos básicos destinados al populacho y las cárceles no estaban tan hacinadas como habría cabido esperar, todo tiene su lado bueno. Y mi celda estaba vacía, un verdadero lujo, hasta que llegó aquel muchacho. 

No era inconcebible que un viejo como yo hubiese puesto su libertad en peligro por seguir con un hábito tan arraigado como la escritura pero, ¿un chaval de apenas dieciocho años? Me intrigaba qué era lo que realmente le había llevado a un lugar como aquél hasta que una mañana me desperté antes del amanecer y le vi acariciando el muro que tenía detrás de la almohada. 

-¿Qué diablos se supone que estás haciendo, muchacho?

-Escribo.

-¿Te has vuelto loco? Nos matarán si te descubren.

-Todo el mundo duerme a estas horas.

-Yo no. Podría delatarte, chico estúpido.

-No, no lo harás. Si fueras de ese tipo de personas no estarías aquí.

-¿Cómo puedes estar tan seguro? Ni siquiera me conoces.

Entonces el muchacho me preguntó dónde iría si fuese libre, qué lugares visitaba con la imaginación cuando por las noches cerraba los ojos e intentaba mantener la cordura. Antes de que pudiese responderle, el muchacho habló por mí:

-A las montañas. Al Pirineo Central. Te gusta el color de la roca caliza cuando refleja la luz del sol. El azul turquesa de aquellos lagos te hace sentir como si hubieses vuelto al claustro materno, y el sonido que hace el viento al pasar entre las agujas de los pinos…

-¡Déjalo ya!

Sentí como si una descarga eléctrica hubiese recorrido mi espina dorsal. ¿Cómo diablos podía saber aquello?  Me incorporé e intenté ver lo que había escrito en el muro de piedra con la uña de su dedo índice, pero a aquella distancia era imposible leerlo. Así que no tuve más remedio que levantarme de la cama y acercarme a la cabecera de la suya. Y allí, frente a aquella fría piedra, me quedé helado mientras leía lo que aquel chaval había escrito. Detecté la influencia de García Márquez, de Cortázar, quizá también Delibes, pero con un estilo tan personal que lo hacía único y escurridizo a toda comparación. ¿Y quién leía a esos escritores? Cuando la lectura y la escritura se prohibieron esos autores ya eran minoritarios para la población lectora, cuyos gustos habían sido homogeneizados a conciencia por los estúpidos best sellers que la única y gigantesca editorial del Estado publicaba como si produjese televisores en una cadena de montaje.

-¿Qué haces aquí, chaval? Dime la verdad.

-He venido a sacarte de aquí.

-¡Venga ya!

-En serio, ¿cómo iba a tomarle el pelo a un viejo como tú?

Entonces me explicó que estaba esperando la llegada de un amigo. Lo sacaría primero a él y luego vendría a por mí. Hasta llegué a creérmelo, es lo que tiene la soledad llevada al extremo, pero cuando le pregunté por su amigo y me reveló que se trataba de un pájaro me cabreó de verdad. El realismo mágico está pasado de moda. 

Cuando al cabo de unos días me desperté antes del alba y vi su cama vacía pensé que me había gastado una broma, que estaba escondido debajo de la mía. Miré bajo mi lecho y ahí no había nadie. Entonces me acerqué a la cabecera de su cama y allí, tras la almohada, había escrito algo en el muro de piedra que me apresuré a borrar con agua:

«Espera a mí amigo. Él te sacará de aquí».

Fue entonces cuando descubrí aquella pluma en el suelo. No había duda, era la pluma de un loro.

«Cuando mi amigo venga a por ti, llámalo por su nombre: Dragon, sin acento».

 

 

Jorge Romera Pino.  11 de Abril de 2014

A la memoria de mi amigo Miguel Merino.

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