Entro en el ascensor y me miro en el espejo. ¿A quién se le ocurrió la gran idea de poner espejos en los ascensores? A un narcisista, eso te lo digo gratis. Es tan deprimente el rollito espejo, a no ser que seas un chulazo de calendario, un Aznar, gente así… Voy a mirarme los abdominales cuando entra un tipo justo en el último momento, qué oportuno.
El tipo lleva un libro en la mano y se pone a leerlo en cuanto se cierran las puertas del ascensor. Debe de estar preparando un examen para ese Máster en Gilipollez al que se apuntó porque su mujer quiere que progrese en la vida, comprarse un apartamento en la costa como su cuñada, vestirse en Brioni por el puro placer de pagar más, conducir un deportivo como cualquier camello de extrarradio, salir en el google en la primera búsqueda, joder…
Convencido de que el patán está memorizando alguna estupidez, y simplemente con ánimo de molestar, le pregunto de qué va la cosa:
–¿Qué? ¿Aprovechando el último minuto antes del examen? ¿Ya no se estila lo de las chuletas?
–¿Examen? ¿Qué examen?
–Oye, no quiero que pierdas la concentración, a lo mejor estabas memorizando la raíz cuadrada de 25. Duro con ello– levanto el pulgar para insuflarle un poco de ánimo– lo tienes en el bote.
–¿Qué examen ni que niño muerto? Soy abogado.
–Oh, my God! Abogado… ¿En serio? Impresionante– pongo los ojos en blanco y hasta finjo una lipotimia –¿Y qué estás leyendo con tanto interés, el «Código Civil», el catálogo de El Corte Inglés?
El tipo cabecea, su cuello bovino chirriando por el esfuerzo pues tiene una cabeza de tamaño considerable.
–Es una novela.
–Histórica, supongo…
–Pues no.
Y ahora sí que estoy alucinando de verdad. Una novela no-histórica, nada menos, in Spain!
–Pero eso no es… ¿ilegal? Una novela no histórica publicada en este país es como… no sé… ¿que los norteamericanos no se echen la mano al pecho y se pongan a derramar lágrimas en cuanto suenan los primeros acordes del himno nacional? Me he quedado sin palabras. ¿Y de qué va?
–De un joven que a los veintidós años tiene un cruce de cables y se hace vegetariano, corredor de fondo, estudiante de filosofía y célibe, cuando estaba en la flor de la vida. Y el tipo era un mujeriego de la hostia. En fin, una epifanía.
–Una epifanía… ¿Y ya está?
–El tipo se pega más de veinte años sin echar un polvo, sufre un accidente de tráfico y experimenta otra epifanía.
–Joder, para que la gente no crea luego en los Reyes Magos…–vale, no puedo evitar hacer un chiste.
–El tío está hecho un neurótico de manual, lleno de fobias, atiborrado de lecturas, escuálido, tímido como un ratón, un marginal, un pobre diablo, un paria social.Y de repente quiere volver al mundo de las relaciones, conocer mujeres. Flipante.
–Qué argumento tan rebuscado, ¿no?
–Pero lo mejor viene ahora: está basado en una historia real. Después de tres años intentando superar sus fobias devorando libros de autoayuda como si fuese Don Quijote leyendo libros de caballerías, el tipo se mete en internet y se crea un perfil en varias páginas de contactos.
–¿Y triunfa?– cómo no preguntarlo, me tiene embelesado.
–Oye… ¿Por qué no te compras la novela?– Pero ya hemos llegado a su piso. Es entonces cuando me muestra la portada. Le cojo el libro, lo abro por la primera página, saco mi pluma de juguete y le firmo una dedicatoria: «A Tontoelculo, un fisonomista nato, con cariño». Y se lo entrego con una sonrisa.
–Deberías mirar la solapa. Hay una foto del autor– le aconsejo mientras sale del ascensor. Pero el muy ególatra ni siquiera lee lo que le he puesto, está demasiado ocupado en hablar de sí mismo para haberse dado cuenta de que tiene al autor de esa joya de la literatura delante de sus narices. Es entonces cuando me dice que además de abogado es productor cinematográfico y que está pensando muy seriamente en comprar los derechos para una adaptación al cine. Y un segundo después… se cierran las puertas del ascensor.
Jorge Romera
23 de noviembre de 2014
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