San Valentín (la historia jamás contada)

Mucho antes de ser canonizado, San Valentín era simplemente Valentín, a secas. De pequeño había visto muchas películas de aventuras, de piratas, del Oeste e, inspirado por las gestas legendarias de todos aquellos intrépidos héroes, siempre soñó con ser valiente. Por eso empezaron a llamarle Valentín en su pueblo, por eso y porque nunca fue muy alto. 

Valentín era un muchacho enamoradizo, un romántico empedernido. Amante de la literatura, acostumbraba a dejar hermosas poesías en los bolsillos de las batas de sus compañeras de clase más bonitas, con un éxito descorazonadoramente nulo. Más tarde, su rostro picoteado por el acné, su ridícula estatura, su incipiente calvicie y su cuerpo birrioso lo relegaron al último puesto en la lista de los chicos más deseados del instituto. Es más, ni siquiera estaba en la lista. 

¿No fue Sigmund Freud quien dijo que estamos condicionados por nuestra fisiología? A la mierda con el viejo Sigmund, pensó Valentín en un arranque de desafío a la autoridad. Y cansado de ser ignorado hasta la náusea, Valentín decidió pasar a la acción.  Si Demóstenes, tartamudo desde su más tierna infancia, había logrado convertirse en el orador más aclamado de la Antigua Grecia por el método de intentar hablar introduciéndose piedras en la boca, él saldría de la invisibilidad social o moriría en el intento. 

Inspirado por la tenacidad del orador ateniense, Valentín se apuntó al gimnasio del pueblo, se rapó la cabeza al cero, leyó cientos de manuales sobre seducción, se aplicó todos los productos de uso tópico que encontró en la farmacia para combatir el acné, vio todas las películas de Jason Statham y se transformó en un nuevo hombre. Un tipo duro, un artista marcial, un guerrero, un Adonis, un semidiós. Sin embargo, las mujeres siguieron ignorándolo. 

«¿Por qué no me metí en política? Era feo, pequeño, birrioso, tenía todo lo necesario para triunfar. Las mujeres se habrían visto atraídas como mariposas nocturnas ante el brillo cegador del poder. Ahora ya es demasiado tarde», meditaba taciturno Valentín.

Inmune al desaliento, decidió dar un giro copernicano a su gris y anodina vida. Empezó a leer libros sobre nigromancia, sobre alquimia, magia negra, ocultismo. Devoraba página tras página como si no hubiera un mañana, y una noche tuvo un sueño. En él Valentín aparecía postrado ante una gran vela votiva rodeada de pétalos de rosa, seiscientos sesenta y seis, para ser exactos. La gran vela tenía una sugestiva e inequívoca forma fálica, lo que denotaba que Valentín era romántico, pero solo hasta cierto punto. De repente, el silencio se vio rasgado por una voz tan profunda que sólo podía proceder del abismo del mal y, entonces, despertó.

A la mañana siguiente todo el pueblo hablaba de Valentín. Sobre su cabeza se mantenía, como levitando, un halo dorado. Se lanzaron hipótesis, burdas explicaciones de lo incomprensible. Algunos hablaron de que Valentín había consumido muchos suplementos de hierro en el pasado, lo que combinado con las fuerzas telúricas planetarias podría haber propiciado una especie de campo magnético que mantenía en el aire aquella especie de corona. Otros fantasearon con la idea de que Valentín estaba usando técnicas mentales ninja avanzadas, o tal vez algún arcano truco Jedai, pues era un apasionado de «La Guerra de las Galaxias».  En cualquier caso, las mujeres, siempre tan sensibles ante lo extraordinario, caían rendidas a sus pies como si les hubieran tapado la boca con un paño impregnado en cloroformo. 

Los hombres hablaban con envidia de Valentín. Las mujeres suspiraban. Los más ancianos del lugar se rasgaban las vestiduras. Los perros ladraban al verlo pasar. Los niños, en fin, pedían consolas y vídeo juegos a sus padres. Sin embargo, Valentín no era tan feliz como todos creían, pues cuando estaba frente a una hermosa mujer en todo el esplendor de su desnudez era incapaz de consumar el acto amoroso (¡el acto!). El halo y la erección eran incompatibles. Podía tener una o la otra, pero no ambas cosas a la vez. ¿Tendría esto algo que ver con el principio de incertidumbre de Heisenberg? Y las mujeres son tan exigentes… Aquello  era un castigo digno de un mito griego. Se sentía como Tántalo. 

En los pactos con el Diablo, al igual que con la Patronal, con el banco, o con un partido político siempre, siempre hay que leer la letra pequeña. Y el Diablo se había burlado de Valentín (como la Patronal, los bancos o los partidos políticos). El humor de Valentín cambió dramáticamente. Se volvió más huraño y solitario. Daba largos paseos por los alrededores del pueblo en los que maldecía su estupidez. Hasta que un día una tormenta le sorprendió en una de sus caminatas y un rayo lo alcanzó fulminándolo. Tras su muerte hubo voces que hablaron de castigo divino. Otros, poseedores de una concepción del mundo más científica, vieron en el halo de Valentín un poderoso imán para la descarga eléctrica de un rayo. Pero fue el párroco del pueblo quien tuvo una mayor visión de futuro. Amigo de la infancia del director de unos grandes almacenes de la capital, vio en Valentín un verdadero filón para incrementar las ventas en un mes tan deslucido como febrero. El director de los grandes almacenes, que tenía línea directa con el Papa, expuso algunos argumentos de peso para la canonización de Valentín, cantos de sirena a los que el Santo Padre no pudo resistirse. Y así, Valentín, aquel romántico empedernido, fue catapultado a la posteridad santoral y el párroco del pueblo a las altas esferas cardenalicias, donde no faltaron palacios episcopales, suites con jacuzzi y masajes con final feliz. Como éste.  

 

 

Jorge Romera

5 de Febrero de 2015

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