Vacaciones en el mar

Aquel viaje no comenzó con buen pie. Se suponía que era un crucero de placer y a las dos horas de haber zarpado, más de la mitad del pasaje estaba vomitando por la borda, con el consiguiente regocijo de la fauna marina. Los miembros de la tripulación, aún exhibiendo profesionales semblantes de consternación, no podían evitar sonrisillas de complicidad y miradas de inteligencia al cruzarse en cubierta, como diciendo «pardillos». 

En tales circunstancias una aventura romántica, un flechazo o un affaire, estaban descartados de antemano, lo que dicho sea de paso constituía una tragedia casi tan grande como una colisión con un iceberg, pues muchos de los pasajeros habían ido hasta ahí en busca de un romance. 

El azar, sin embargo, quiso que aquella odisea no fuese completamente en vano. El azar es así, díscolo, imprevisible, caprichoso. Ella estuvo a punto de caerse al suelo en un movimiento brusco de la embarcación. Él, fuerte y dinámico, la sostuvo por la cintura. A veces las circunstancias adversas facilitan un preámbulo, proporcionan la excusa perfecta para iniciar una conversación, y el hielo no tiene que romperse porque ya se ha roto antes en mil pedazos. 

Como suele suceder en tales ocasiones, tras una hora de charla ambos tenían esa paradójica aunque agradable sensación de conocerse de toda la vida. Cenaron juntos y más tarde, con la discreción propia de estos casos, decidieron compartir camarote. La noche fue movida, y no sólo a causa de los vaivenes producidos por el temporal. 

La luz del amanecer, entrando a raudales por el ojo de buey, los encontró abrazados y aún dormidos, sonrientes, como si en sus respectivos sueños ambos hubieran tomado una determinación. Ella no le contaría que su  marido la maltrataba, que antes de la ruptura acaecida diez años atrás le dio tal paliza que tuvieron que practicarle la cirugía plástica. Él nunca le revelaría que pegaba a su mujer, que  los hermanos de ella juraron matarle si algún día daban con su paradero, y él tuvo que acudir a un buen cirujano plástico para cambiar de identidad y salvar la vida, hacía de eso ya diez años. ¿Habíamos dicho algo del azar?

Jorge Romera

4 de octubre de 2012