Mi viejo Daewoo

La vida está llena de sucesos inexorables: el envejecimiento, la enfermedad, la muerte… tener que pasar la ITV. Como cada año, la cita con la inspección técnica de vehículos llamó a mi puerta como la vieja y oscura Parca con su afilada, letal y gastada guadaña. Llamé por teléfono para pedir día y hora, intentando retrasar aquel lance lo máximo posible, pero al final todo llega. 

Mi viejo Daewoo y yo nos dirigimos hacia allí aquella mañana con el ánimo del soldado que sabe que no regresará de la batalla. «Si muero, llévale esta carta a mi mujer, dile que la quiero, que siempre la querré…». No falla, en todas las pelis en que uno de los personajes dice algo así, ineluctablemente, como el día sucede a la noche, la caga. 

Las señoritas de recepción parecían tan amigables y cordiales que podrían oscurecer el buen ánimo del único acertante del euromillón, apagar las velas de una tarta de cumpleaños sin necesidad de soplar, o romper en mil pedazos un espejo con sólo mirarse en él. 

–¿De quién es ese coche?– interrogó con cara de asco una de las recepcionistas, la antipatía rezumando por cada poro de su piel, como si en lugar de mi poderoso Daewoo hubiese aparcado allí un carrito del súper lleno de chatarra.

–Es mío, ¿no le gusta el color?– respondí yo intentando hacerme el gracioso. 

–Retírelo ahora mismo de ahí o tendrán que llevárselo– ordenó imperativamente la señorita de la cara de asco disfrutando de cada segundo de su diminuta parcela de poder. 

Solícito como un lacayo de librea, salté a los mandos de mi Daewoo para ponerme en la fila que me habían señalado perdiendo así varios puestos en la cola. Pero no importa, a mandar, la ITV es cosa seria. Después de pagar los 40 euros preceptivos, una parte de los cuales iría a engrosar las arcas de algún político corrupto (esto último, ¿no es un pleonasmo?), esperé a que me llamaran. Un silbido del primer mecánico y allá vamos. Y hoy nada de «¿Es a mí? ¿Estás hablando conmigo?». Dejaremos las imitaciones de Robert de Niro para otra ocasión.

Los operarios de la ITV son como agentes de la autoridad, y uno les debe respeto y temor reverencial, un poco como al temible Dios del Antiguo Testamento. Ellos ordenan y yo obedezco. Una tontería, un desliz, un quítame allá esas pajas… y eres carne de cañón. Y si tu coche no pasa la ITV…, entonces no queda más remedio que ir al otro mecánico. Y ése… ése sí que da miedo. Con su capucha de verdugo medieval y su enorme hacha a punto de caer sobre tu mísera cuenta corriente de parado de larga duración, el mecánico de taller es el nuevo hombre del saco, la Santa Inquisición, la Gestapo… todo junto. Cuarenta euros la hora de mano de obra sin IVA es como para pensárselo a la hora de tontear con los chicos de la ITV. Poca broma.

La cosa va bien, hasta que en la segunda prueba el operario mete la mano en mi salpicadero para coger la ficha técnica y en lugar de ese importante documento agarra algo que no debería estar allí, pero soy tan desordenado…

–¿Qué cojones es esto?– pregunta mirando lo que tiene en la mano. 

–Una caja de condones vacía. Son suecos, en la etiqueta dicen que son irrompibles…– contesto yo, que no puedo evitar hacer un chiste ni en un funeral.

La cara que pone el operario no augura un final feliz y le cuento una anécdota para quitarle hierro al asunto. Cómo mi sobrino, el pequeño Gabi, se puso a estudiar un par de semanas atrás la misma caja que tiene ahora el operario en las manos y me acribilló a preguntas:

–¿Qué es esto, tito?– inquiere mi sobrino con voz infantil.

–Una caja de profilácticos– contesto yo en tono didáctico.

–¿Qué dices? Venga, tito, no me seas tan técnico…

–Ya tienes nueve años, chaval. No me vaciles. Es una caja de condones.

–¿Y qué esto que tiene en la punta?– el chaval está estudiando el dibujo de la caja como si fuesen a preguntárselo en el examen final.

–¿A ti qué te parece? ¿Lo flipas o qué? Eso de la punta es el depósito, hombre.

–¿Y para qué sirve?– el chaval es inmune al desaliento.

–Vale, si lo prefieres te dibujo unos diagramas y unas flechas a ver si lo pillas. El de-pó-si-to…

–¿Pero para qué es, tito? ¿Es por si se te escapa un poco de pipi mientras lo estás haciendo con tu novia?

Mi sobrinillo Gabi…, es un cabroncete de mucho cuidado. Pero conseguí despertar la hilaridad del operario… Prueba superada. Y las demás, bueno, fueron sucediéndose una tras otra hasta llegar al final. Y cuando quise darme cuenta, una mano curtida y generosa estaba ya pegando en el interior del parabrisas el adhesivo que le otorgaba a mi viejo Daewoo un año más de vida, el preciado salvoconducto que me permitiría circular con el beneplácito de los agentes de la ley y el orden… Ni siquiera recordaba desde cuándo no pasaba la ITV a la primera. Acababa de ahorrarme un pastizal en el taller más cercano. Me sentí eufórico, henchido de júbilo y éxtasis, un hombre renacido. Sí, amigos, a  veces la vida también puede ser hermosa.

Metí la primera, puse el intermitente y salí de allí. Hasta el año que viene. Dicen que el amor es ciego. ¿Y acaso el júbilo, la euforia y el éxtasis no son un estado de conciencia parecido al amor? Supongo que por eso no vi el camión que me embistió por la izquierda… 

 

Jorge Romera

30 de octubre de 2014

 

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